Las llanuras de la Orinoquía están muriendo lentamente
Así mismo, la ganadería y los cultivos en la región han aportado su grano de arena a ese desgaste, donde la vegetación y los animales silvestres que habitan las vastas llanuras han ido disminuyendo su vigor de una manera alarmante.
Pero ¿a quién se le atribuye este problema? Por una parte hay quienes tildan al Estado como un actor central que olvidó la zona, otros culpan al cambio climático, que si bien es una de las grandes causas de la falta de agua en la región no representa la totalidad del problema. De la misma manera, están la ganadería y las petroleras, que como actores de desarrollo se han dedicado a explotar el suelo sin invertir lo suficiente en la recuperación de la vegetación y las cuencas hídricas.
Según datos del Banco de la República, los llanos orientales están formados en un 75% por sabanas, donde habitan plantas gramíneas (frutos) y plantas herbáceas (hierba), con algunos árboles que a veces se agrupan en pequeñas zonas para mantener el verde del paisaje; y un 25% por zona boscosa, que comprende colinas, terrazas bajas, de altillanuras y de vegas de río donde se encuentran árboles de 35 metros de altura.
En años pasados, la superficie de las sabanas caracterizada por el suelo ondulado y plano, se inundaba con las lluvias de la época de invierno, que duraba entre 5 y 7 meses.
Sin embargo, debido a las causas mencionadas, desde hace poco más de cinco años los fuertes veranos han traído consigo largos periodos de sequía en gran parte de los 250.000 kilómetros cuadrados que comprende esta región.
Prueba de ello fue la reciente emergencia que se vivió en el norte del departamento de Casanare, específicamente en zona rural del municipio de Paz de Ariporo, donde la falta de agua en ríos y quebradas desató una emergencia ambiental.
A mediados del mes de marzo, el país conoció de la muerte de más de 15 mil animales por falta de agua en la región. De manera inmediata todas las miradas se centraron en la tragedia y las autoridades, sin otra salida, tomaron decisiones para contrarrestar el impacto ambiental.
Chigüiros, venados, galápagas, zorros, peces, garzas, osos, armadillos y patos, además, de una cantidad importante de vacunos, bovinos y porcinos, murieron ante el incesante calor del día y en medio del desértico paisaje.
Un viaje de exploración al Casanare parte para avistar el desolador y dramático panorama que allí se vive. Sin agua en los ríos, los árboles, a kilómetros de distancia unos de otros y con el sol desde el cielo azotando cada lomo, la fauna trata de sobrevivir, mientras que la poca vegetación ayudada por sus reservas de líquido, mantiene aún el verde de sus hojas.
Una manada de chigüiros tiene que morir con su familia. Es preferible aguardar sus últimos días con los más cercanos que entrar en territorios de otras manadas en busca de algo para beber. Vacas solitarias esperan que alguno de sus dueños llegue de la hacienda con algo de pasto. Las babillas parten a otra vida asfixiadas e insoladas, la sangre fría que corre por sus venas se calienta y no resisten ante la ausencia del preciado líquido.
Desde el aire avistar uno que otro venado no resulta difícil y se les ve correr. Con las puertas del helicóptero abiertas, los ojos presencian el más hermoso paisaje, de vivos colores amarillos, rojos, y esos verdes de los pequeños bosquecitos de galería que protegen los ríos llaneros.
Pero el paisaje no engaña. A pesar de lo hermoso que parece, la tragedia está presente. El suelo llama a gritos la lluvia y los animales añoran el fin de la temporada seca.
La altura de la aeronave permite ver la real magnitud de la sequía. En tierra, el panorama es distinto. A lo lejos el calor permite crear figuras alucinantes. El polvo se levanta con la más leve brisa y los pies de cualquier ser vivo se calientan a tal punto que es necesario buscar sombra bajo un árbol y aguardar el paso de una nube.
Hay tumbas que contienen los más de 6.620 cadáveres de chigüiros, o los 11 venados y 3 osos que tampoco resistieron la llegada de las primeras nubes negras, cargadas de agua para todo ser vivo que sufre la tragedia.
Desde hace más de dos semanas, más de 300 personas y cientos de voluntarios con ayuda de 50 carrotanques y otra maquinaria se dieron a la tarea con la ayuda de las autoridades nacionales y ambientales de recuperar el llano. A diario, varios de ellos recogían los cuerpos putrefactos de los muertos, otros con ayuda de maquinaria abrieron más de 20 pozos y los llenaron de agua.
A esos pozos acudieron cientos de animales. El regocijo y la alegría que quizá sentían luego de una larga espera era evidente. Algunos animales llenaron sus gargantas de agua. Otros, de un salto se sambullían y nadaban.
Esta ayuda, que no llegó del cielo, fue una medida que a corto plazo ayudó a salvar, según la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo, más de 18 mil criaturas silvestres.
En el panorama solo queda esperar. Las lluvias según pronósticos del Ideam no tardarán nuevamente en mojar la llanura del Casanare y llenar las cuencas de los ríos que atraviesan gran parte de la Orinoquía. Con la llegada del agua la fauna emprenderá un nuevo viaje en busca de territorios que provean alimento y refugio.
Vivirán una época de abundancia, añorando quizá que el año que viene el verano no haga desaparecer las fuentes hídricas.