La mamá del Norte de Bucaramanga sigue sin su fundación
El espacio para caminar, dormir, cocinar, para lo que sea, es extremadamente reducido por la cantidad de enseres y cosas que ocupan la sala, la cocina y los tres cuartos en donde Dioselina amontona colchonetas, para darles posada a los que la necesiten.
Sin embargo, ni el estrecho espacio, ni el calor sofocante que hace en el barrio Regaderos del norte de Bucaramanga son motivo para que Dioselina Bernal, una mujer de 1,55 metros de estatura y 63 años pare de trabajar por los que a diario acuden por un plato de comida, un lugar para dormir o para aprender a escribir y leer.
Esta menuda mujer de tez trigueña, tímida, nacida en Charalá, Santander, comenzó su labor humanitaria cuando tenía apenas 14 años, en los campos de San Vicente de Chucurí.
Según Dioselina, su tarea hace parte de un don divino, que le permite dar afecto y apoyo a todo el que lo necesita.
Después de estar unos años en el Magdalena Medio, le dio fiebre amarilla, por lo que la hospitalizaron tres meses. Es así como fue enviada a Bucaramanga para que siguiera recibiendo tratamiento médico. A través de esta circunstancia difícil de salud, llegó junto a su familia a traer amor a comunidades necesitadas, inicialmente en Floridablanca.
“Mis hijos toda la vida al lado mío fueron creciendo, viendo lo que hacía y me apoyaban a la par con el trabajo que realizaba con la comunidad”.
En su escaso tiempo libre trabajaba medio tiempo vendiendo productos en la plaza central de la ciudad.
Un día, la iglesia le pidió el favor de irse de misionera al norte de la ciudad, ya que necesitaban muchas personas para enseñar sobre Dios, dar amor y sobre todo educar.
“El padre me dijo esa vez: ‘usted sabe cuándo entra pero no cuándo sale’. Yo le dije no padre, yo voy a estar por un tiempo y me regreso, porque mi familia está en Florida’, y me respondió, ‘no mijita, usted con ese corazón que tiene entra y no sabe cuándo sale, porque entre más trabaja más sale por hacer’…”. Y no se equivocó, pues ya son 26 años de labor social.
En el Norte se queda
‘Mamá Dioselina’, como le gritan los niños y cada persona que se encuentra en la calle, no se ve en otro lado que no sea el norte de Bucaramanga, pues allí ha venido creciendo su obra social y la cantidad de personas que necesitan de su apoyo.
“Yo ayudo a muchos vecinos que se quedan sin trabajo, a familias desplazadas que llegan de varias partes del país para darles comida o a encontrar un trabajo. Mi labor ha sido muy dura y sufrida, porque no he tenido mucho apoyo económico para poder hacer bien mi trabajo”.
En su humilde casa, por la que paga arriendo, no hay espacio pero sí colchonetas para todo el que necesite dormir una noche, un año y hasta 13, como sucedió con dos de los tres adultos mayores que viven con ella.
“Llegué desplazado por la violencia de Rionegro, Santander. Yo estaba muy pobre y me dijeron de ella entonces le pedí ayuda. Es una mujer muy buena y trabajadora”, cuenta Luis Alejandro Forero Sánchez, uno de los adultos mayores que llegó desde hace 13 años.
Por su parte, Pedro Antonio Díaz, de 86 años, lleva el mismo tiempo. “Yo estaba viviendo con una señora y una noche me dijo que ya no me daba más posada ni comida, entonces busqué ayuda y me dijeron de ella, así que le toqué la puerta y me dejó entrar a dormir en su sofá. Ella ha sido muy buena conmigo, me lleva al médico y me da ‘ropita”.
“Hoy en día sigo con los niños, los ‘abuelitos’ y las mamás... Ahora estoy luchando en cómo sacar adelante la escuela de fútbol de los niños…”, expresa mamá Dioselina.
Y es que aunque los niños abundan en las calles del barrio Regaderos, las canchas no, y mucho menos los instrumentos para realizar prácticas deportivas. Pero para Dioselina bastan unos cuantos balones desinflados y palos de escoba para entrenar, porque la energía les sobra a los menores y las ganas de pasar su tiempo libre, alejados del hambre que a veces agobia.
“Ahorita no tengo recursos ni casi ayudas. Hemos estado semanas enteras sin un grano de arroz…antes tenía ayuda de entidades que se han retirado. Desde diciembre vengo en una grave crisis”, cuenta esta mujer que en el 2005 representó a Santander como Mujer Cafam, aunque no ganó en la final.
Todos los días llegan a su sala, atiborrada de cosas, unas 35 personas a recibir el almuerzo. La comida la consigue Dioselina buscando de plaza en plaza y con donaciones de iglesias, que casi como un milagro hacen que ni un día falte el alimento en las mesas de plástico y platos rojos.
La lucha por su fundación
Aunque su ardua y larga labor lleva ya 26 años, la materialización de tener un lugar adecuado para su fundación apenas comienza.
En el 2012, mamá Dioselina recibió dos grandes regalos: un lote de dos casas por parte de los padres Jesuitas del Colegio San Pedro Claver, que queda justo a la vuelta de su actual hogar en donde paga arriendo, y una ayuda económica por más de 25 millones de pesos por parte de la gestora social de Bucaramanga, Glenys Pedraza, así como mesas, sillas, un computador y algunos electrodomésticos.
Sin embargo, hoy estos grandes y significativos regalos permanecen arrumados a la espera de que otros buenos corazones la ayuden a construir su fundación en el nuevo lote, ya que aunque tiene el espacio y los materiales, no cuenta con el dinero para pagar la mano de obra.
“Lo que yo quiero es que me ayuden a hacer alguna jornada de solidaridad para que muchas personas y empresas contribuyan a construir mi fundación, en la que podrían vivir unos 20 ‘abuelitos’ y 50 a 80 niños, aparte de mí y mi familia”, pide Dioselina, quien actualmente duerme en una colchoneta en el suelo mientras cede su cama a su mamá.
Mamá Dioselina no demuestra el cansancio de una jornada de 18 horas de trabajo diario ininterrumpido, durante los siete días de la semana, ni sus 63 años de edad.
Su corazón refleja en ella la vitalidad y amor, casi sobrenatural, que siente por tantas personas, que inclusive en ocasiones han atentado contra su vida.
“Hace poco casi desfallezco en mi labor por la parte económica, porque no tenía ni para pagar los servicios…un día una señora intentó apuñalarme por la espalda, porque le retiré sus cinco niños del comedor, porque ya le había conseguido trabajo…”.
Pero nada la detiene, ni siquiera el chikunguña que recientemente la postró por varios días en una cama, pues asegura que la obra debe continuar porque hay muchas personas aún por ayudar.
Si usted quiere ayudar a mamá Dioselina en la construcción de su fundación, se puede comunicar con ella al 3123572491.