El bumangués que fue al fin del mundo en moto
En un taller de revisión tecnicomecánica en Girón, Santander, se encuentra la mayor parte del tiempo Juan Barajas Gómez, un bumangués de 48 años de edad, curtido en el mundo de las motos, un soñador incansable, emprendedor en serie y sin duda un hombre brillante.
Aunque sacó su bachillerato estudiando de noche, obtuvo el mejor Icfes de su promoción. Sin embargo, para esa época no existían posibilidades en la ciudad, por lo que se fue a Bogotá en busca de una oportunidad laboral.
De bodeguero fue ascendiendo rápidamente en la empresa que lo acogió y tras cinco años de labor, pudo aprender mecánica automotriz y entrar a estudiar ingeniería electrónica: una carrera que fusionada con los estudios que había realizado en el Sena, lo llevó a desarrollar diversos sistemas electrónicos, que hoy se usan en el país para la revisión tecnicomecánica y con los que montó su propia empresa en este campo.
“Gran parte de mi éxito fue encontrar el respaldo de una persona que tuviera otra visión, a veces a las personas no nos gusta eso, pero yo aprendí que era lo que necesitaba. Mi esposa es una fuerte crítica mía, me dice que no a todo, pero es porque tiene una visión distinta de ver los proyectos y eso me enseñó a equivocarme menos…”, cuenta Barajas, quien habla sin pausa sobre su vida profesional, en la cual ha tenido diversos fracasos, pero a la que le adjudica todos los éxitos al binomio que logró hacer con su esposa, con la que está desde hace 20 años y de quien dice es su polo a tierra.
La preparación del viaje
“En seis meses, tras un viaje en moto en Medellín realicé el borrador del proyecto para viajar a Suramérica y se lo vendí a mi esposa y ella me dice no, ese proyecto está muy débil… Cada seis meses iba donde mi esposa y me decía no, eso es peligroso, no tiene sentido… Entonces llegó un punto en que estaba muy preparado para cuando llegara la hora cero de salir”.
Con la bendición de la “patrona”, como dicen en estas tierras santandereanas, en donde las mujeres suelen ser quienes mandan, Juan comenzó a acondicionar su moto de 150 centímetros cúbicos, es decir de bajo cilindraje, y ultimar hasta el más mínimo detalle para realizar un viaje seguro que lo llevaría literalmente hasta el fin del mundo: Ushuaia, una ciudad argentina, la punta de América del Sur y en donde se acaban las vías y solo quedan glaciares y el océano Pacífico.
“Mi mamá me dijo cuando era niño, una vez que me porté mal, que me fuera a la Patagonia, y yo obediente le hice caso, muchos años después”, cuenta entre risas Juan, quien constantemente está sonriendo, deja poco espacio para preguntar y logra transmitir mucha paz con su manera de hablar sobre su vida.
Fueron tres años en total preparando la ruta, los lugares que visitaría, comprando toda la indumentaria que lo protegiera de todos los climas por los que iba a transitar: desde calurosos y extensos desiertos, hasta fríos y vientos helados. Pero todo debía caber en tres pequeñas maletas. En total fueron tres mudas de ropa para cada tipo de clima.
“Debes entender que ya no vas a dormir en tu cama, sino muchas veces en el suelo; ya no vas a tener desayuno, almuerzo y comida, sino muy probablemente una sola comida al día, que normalmente es en la noche; soportar jornadas muy extenuantes… Tras la preparación física y sicológica, viene la ruta, porque con ella sabes a más o menos qué tipo de ambiente vas a enfrentar… y así se toma la decisión de tu indumentaria… que consiste en tener un buen calzado, pantalón y chaqueta que resista de todo, porque existen dos tipo de moteros, el que se cayó y el que se va a caer… ”.
Pero sin duda, en lo que más tardó y fue lo que hizo que su aventura tuviera éxito, fueron los acondicionamientos que le realizó a su motocicleta, a la que le modificó el sillín, de tal manera que tuviera la ergonomía de su cuerpo y no lo cansara tanto, pues condujo trayectos entre 8 y 10 horas diarias; le puso unas llantas más resistentes; acondicionó un parabrisas, que dice es fundamental en viajes extensos para protegerse de elementos que pueda haber en la vía, del viento y de los bichos. Y por supuesto, al tener su propio sistema de revisión técnico mecánica, realizó diversas pruebas.
“Le hice una serie de modificaciones para que pudiera soportar de una manera tranquila y adecuada todo el entorno… la motocicleta se debe adaptar a tu peso, talla y posición… ”
De esta manera, el 27 de noviembre de 2015, emprendió su viaje. Barajas, durante su aventura, en la que recorrió cerca de 40 mil kilómetros, pudo conocer todos los países del continente, excepto Venezuela por la situación política y la inseguridad de la que otros moteros le habían advertido por redes sociales.
“En mi viaje pude conocer moteros que se quedaban en hoteles cinco estrellas… normalmente son empresarios europeos y brasileños… encuentras el aventurero, ese que no tiene ni idea para dónde va, anda en una moto vieja, acabada, con lo mínimo y va pidiendo en todos lados… me encontré con varias mujeres que viajan en solitario… Yo soy el motero preparado, pero no cómodo. Yo fui para vivir una aventura… ”, asevera.
Aunque contó, después de muchos “no”, con el apoyo de su esposa, ella no viajó con él, pero pudo seguir junto a toda la familia paso a paso del recorrido, gracias al que, considera Barajas, uno de los elementos más importantes, un rastreador satelital que le costó 300 dólares. Un valor que considera muy inferior a los beneficios que un aparato electrónico de este tipo ofrece cuando se está a miles de kilómetros de casa, pues en caso de emergencia, se puede oprimir un botón de auxilio que avisa a los seres queridos y a las autoridades más cercanas del lugar en donde se encuentre.
Casi desistir
Pero no todo el viaje fue mágico, lleno de fotos y momentos que guardará para siempre en su memoria.
Juan Barajas, como muchos moteros que realizan este tipo de hazañas, tuvo que dormir en medio de la nada, aguantar bajas temperaturas, casi al punto de la hipotermia, vientos que estuvieron a punto de tumbarlo de su moto, quedarse sin gasolina, pero sin duda, la que recuerda como su peor experiencia y por la que estuvo a punto de desistir y dar marcha atrás, fue la vivida en Bolivia, en donde sufrió una fuerte diarrea durante 15 días.
“Adquirí una infección estomacal y normalmente esto es común en este tipo de viajes. Hay un nivel de aguante, pero el mío lo saturó y mi cuerpo no pudo más… coincidir eso con temperaturas muy bajas y grandes alturas… tomé la decisión de que había llegado a mi límite, me devuelvo. Justo en ese instante aparecen dos personas que yo llamo ángeles y coinciden además en que son de Santander, de San Gil… ellos por las redes sociales me encuentran y yo en esa situación de botar la toalla y ellos con su ánimo me llenan de vitalidad y hacen motivar a continuar con mi viaje… “, cuenta el bumangués, por primera vez con sus ojos verdes enrojecidos, pero sin dejar caer una lágrima.
Y es que Barajas, además de lo material, se preparó muy bien física y sicológicamente para poder sobrepasar las circunstancias difíciles que podría afrontar. Sin embargo, como él mismo aclara, nunca se sabe del todo a qué se va a enfrentar y la soledad siempre será una de las batallas más duras de superar cuando se está a miles de kilómetros lejos del calor del hogar; o superar el sueño en las eternas rectas, por lo que debió masticar hoja de coca, tomar energizantes y todo lo necesario para que un parpadeo no le costara su vida.
“Uno regresa más confiado como persona. Uno se aliviana mucho, aprende a vivir con lo básico… Aprende a vivir con lo menos y ser feliz con eso”, asegura el bumangués.
El fin del mundo
Pero atravesar la cordillera de Los Andes, ver las noches más estrelladas y perfectas en el desierto de San Pedro de Atacama en Chile, los glaciares en Ushuaia en Argentina o atravesar el río Amazonas de Brasil a Colombia, cuenta Juan, no hubiera sido tan emocionante sin la compañía de las personas que como él se enfrentaban a un reto personal y a quienes solo les importaba un título, el ser moteros, pues debajo de la ropa polvorienta, el casco y el ligero equipaje, no se veía la marca del vehículo, ni si se era un empresario retirado o un mochilero. Todos eran iguales.
Finalmente, Juan llevó su moto llena de logos de otros moteros que conoció en el camino y con su ondeante bandera colombiana al fin del mundo, a la Tierra del Fuego, en donde en contraste con su nombre, hace mucho frío; y marcó un nuevo punto en su mapa, la punta del continente suramericano, Ushuaia.
“Yo sentía algo que no podía explicar con palabras cuando llegué a este punto… muchos moteros lloraban porque se sentían tristes al acabar su aventura y no tener más motivos para continuar, en cambio para mí apenas era el inicio de un nuevo proyecto profesional… Yo creí encontrarme una población inhóspita y no, encontré una población organizada, industrializada, con todas las comodidades… ”.
Cansado, con la satisfacción del deber cumplido, el santandereano tomó de nuevo su motocicleta rumbo a casa, en donde su esposa “ya me iba a demandar por abandono de hogar”, dice jocosamente Barajas.
El 12 de mayo de 2016 arribó de nuevo a su natal Bucaramanga. Eso sí, teniendo en mente un nuevo objetivo: Alaska.
“Este es un viaje que deberían hacer todas las personas solo que cuando yo lo hice es muy tarde. Deberían hacerlo justo cuando terminan el bachillerato y se va a iniciar el proyecto de vida. En ese momento se debe hacer… un viaje para enfrentar tus miedos y saber de qué estás hecho, qué se quiere realmente en la vida…”.