Bucaramanga
El santandereano que da la mano en Haití
“Al bajarme del avión, noté un olor a muerte, de cuerpo descompuesto. Cuando yo pregunté por qué olía de esa manera, el haitiano que me respondía había perdido la noción del olor y un médico que viajaba conmigo me dijo que eran los cuerpos que tres años después del terremoto todavía se encontraban en las calles”.
Así describió Jairo Andrés Amaya su primera experiencia en Haití, luego del terremoto de 7.3 grados que el 12 de enero de 2010 dejó muerte, destrucción y desolación en la pequeña isla centroamericana, pero que también dio un mensaje al mundo de la complicada situación que vive ese país.
Ese mismo día, a más de 1.320 kilómetros de distancia, Amaya, un joven de apenas 20 años (hoy 23) nacido en las entrañas de Santander, miraba desconsolado ese panorama en el televisor de su casa, pensando en cómo podría ayudar a esas personas estando tan lejos.
Al ver las necesidades que tenían las víctimas del sismo, Amaya comenzó a buscar ayuda entre sus amigos para poder llevar algo, y la encontró. “Yo hablé con Mateo Acosta, un amigo mío, y con su mamá, Amparo Cubillos, que tienen una comunidad cristiana y ellos me ayudaron. La gente comenzó a traer ropa (cerca de mil 500 prendas) y medicamentos, y así comenzamos a recoger lo necesario para llevar”, aseguró.
Su sentimiento de impotencia no sería un impedimento para que tres años después lograra viajar a Haití, llevando consigo tres de las cosas que más necesitan en esa pequeña isla: medicamentos, ropa y la voluntad de brindarle cariño a los cerca de 300 niños que se encuentran en el lugar donde Amaya llegó a hospedarse.
Este joven sueña con poder construir un centro médico en la isla, donde se le pueda brindar ayuda a los haitianos víctimas del terremoto de 2010.
Una difícil decisión
A pesar de que sus padres no estaban de acuerdo con lo que iba a hacer Jairo (ahora sí lo están), él tomó la decisión y el 22 de abril de 2013 pisó territorio haitiano por primera vez, en una aventura que duraría nueve días, con sus noches, y en las que Amaya se encontraría con escenas terribles, como tener que ver cómo un hombre asesinaba una mujer en plena calle.
“Allá no hay alcantarillado, no hay alumbrado público y lo que hacen es encender la basura para iluminar las calles. El olor, la putrefacción y el agua estancada producen uno de los mayores problemas de Haití: el cólera”.
A su llegada al lugar donde lo esperaba Esdras Jean Pierre, líder de una organización cristiana llamada Nueva Haití, el ‘hormiguero’ se sorprendió al ver el cariño con el que era recibido pero también se preguntó “¿qué estoy haciendo acá”, luego de ver la situación tan complicada que vivían en la isla.
“Yo pensé en irme, en salir corriendo pero no pude hacer nada de eso. Me dio dolor de estómago. Pero cuando vi a los niños y vi las cosas que pasaban me di cuenta que no era tan duro. Ya después de dos, tres días, me acostumbré. Los sueños de hacer algo eran más grandes que cualquier adversidad que se me presentara”, manifestó.
Jairo llegó a un área en la que se encuentran una escuela, una iglesia y un orfanato, y su presencia despertó la curiosidad de los habitantes, quienes lo miraban como a un ‘bicho raro’, por su color de piel, pero que al notar sus intenciones lo aceptaron rápidamente.
“Ellos se sentían queridos y con la esperanza porque alguien había ido a visitarlos y a brindarles una mano”, dijo.
La ropa que llevaba era demasiada, y los 300 niños se la midieron con una sonrisa que, seguramente, Jairo nunca olvidará. Además, muchos de esos pequeños padecían diferentes patologías, pero gracias a los medicamentos que el santandereano llevó, se pudieron solucionar. “Eran 300 rostros con diferentes necesidades, desde ser casi ciego hasta padecer de cualquier enfermedad, y el niño que estaba sano no tenía vivos a sus padres”, contó Jairo con tristeza.
Luego de esa primera visita, Jairo decidió regresar una segunda vez para llevar más ayuda a los pequeños y también a las personas que se acercan al sector donde se encuentra instalada la organización cristiana. En ese segundo viaje, en el que también estuvo nueve días, se fundó una farmacia hasta donde las víctimas del terremoto del 2010 llegaron para recibir ayuda y “redibujar su panorama de la vida”.
Jairo, que actualmente estudia Comunicación Social en la Universidad Autónoma de Bucaramanga, UNAB, trajo consigo muchas lecciones para su vida que puso en práctica y que pretende no olvidar, luego de ver la situación que viven en un país tan cercano al nuestro.
El tercer viaje lo tiene planeado para enero y el santandereano ya prepara medicamentos, ropa y, por supuesto, mucho cariño y apoyo para brindarles a las personas que viven en condiciones difíciles en uno de los países más pobres del mundo.