Este es el otro consulado de Venezuela en Bucaramanga
-¿Buenas? ¿Este es el negocio de doña Alba? Me dijeron que le da ayuda a los venezolanos, pregunta un joven que acaba de tocar la puerta.
-¿Qué tipo de ayuda, pues?, le responde Alba Pereira.
-Algún trabajo
-¿Tienes papeles en regla?
- No señora
- Muy arrecho así, chamo. Aquí migración me llega tres veces por semana a ver cuántos ilegales hay y ¿sabes cuánto es la multa? Más de $10 millones.
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El joven se retira y Alba hace una mueca como de desespero. Son las 9:30 a.m. y ya han tocado a la puerta cinco personas. Si siguen llegando así van a superar el número del día anterior: 45. Y seguramente la semana va a superar los 250 que atendió la anterior.
-¿Qué era ‘Sabor Aquí’? Un sitio que se abrió en 2013 para vender comida venezolana y ya, hasta ahí íbamos. ¿Qué es ahora? Un sitio donde se come comida típica, el lugar donde llegan cientos de venezolanos a buscar una mano amiga y el centro de acopio de toda las ayudas posibles para ellos, expresa Alba Pereira.
Ella no es cónsul, ni mucho menos. Es una chef venezolana de 49 años, que llegó a Colombia hace 13 a buscar, igual que los que ahora la buscan, una oportunidad de salir adelante en Colombia, después de que el gobierno de Hugo Chávez saqueara y destruyera ‘La Junquera’, un restaurante típico que había montado en Caracas a punta de préstamos y la hipoteca de su apartamento.
Todo por no estar de acuerdo con sus políticas socialistas.
El día a día
“El movimiento en tu cintura es mágico, como yo quisiera tenerlo en íntimo, de tus caderas me siento un fanático…”es la letra de una canción del cantante venezolano Nacho y es lo que suena cada vez que le entra una llamada a Alba, es decir, cada cinco minutos.
-¿Qué hubo, pues?... Dinero no te puedo dar chica, eso yo no lo hago, pero déjame y yo te aviso tan pronto tenga pa’ darte un poco de comida y voy a ver quién necesita alguien que haga aseo o cualquier vaina.
Al rato vuelve a sonar:
-¿Aló?...Sí… Conozco unos chamos que cantan, son buenos y te sirven para la serenata. Ahí de paso los ayudas, porque están sin trabajo…
Así todo el día. Cuando no es la llamada es el mensaje y cuando no es la puerta. Mientras recibe los pedidos del restaurante y da las instrucciones a los dos chicos venezolanos que trabajan con ella, contesta, atiende y ofrece información a todos sus paisanos.
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Dice que su socia, que es colombiana, de milagro no la ha mandado a la porra porque además de haber sacado plata del restaurante para ayudar, también vive pendiente de si salió un trabajo por un lado para ver a quién le sirve, de si la llamaron del otro para donaciones y de si puede organizar algo en pro de toda la gente que está llegando.
No vive en el restaurante, pero los coterráneos que la necesitan empiezan a llegar allí desde las 7:00 a.m. La mayoría de veces cuando Alba va a abrir, ya hay dos o tres personas esperando en la entrada.
-A veces es frustrante, ¿sabes? Ya son muchos los que llegan y no siempre puedo ayudarlos. Casi todos llegan ilegales y es donde se me complica la vaina. No puedo tenerlos acá y tampoco recomendarlos, porque me meto en un lío y de paso arrastro a otros conmigo. No tengo comida para darles todo el tiempo, pero al menos una palabra de aliento les puedo brindar.
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Se cansa de escuchar el tono de mensajes en su celular y se sienta a revisarlos:
“Buenos días, necesito que me ayude con una habitación pequeña, ayúdeme a encontrarla por favor. Gracias”; “Hola, bendiciones, necesito pedirle un favor, estoy en Venezuela y necesito una medicinas para mi mamá que solo se consiguen allá. No es nada del otro mundo, es un antibiótico, pero acá no hay ni para el dolor de cabeza, ayúdeme”; “Buenos días, señora Alba, soy Adrián, el muchacho que recibió ayer en el restaurante, quiero darle las gracias por recibirme, gracias por compartir su mesa conmigo, más ahorita que la preocupación me tiene al borde, porque ya me quedé sin trabajo. Gracias en lo que me pueda ayudar y creo que cambiaré de línea, porque el huequito donde estoy ahorita no tiene señal”.
-¿Ves? Muy arrecho esto, muy arrecho. Y yo no puedo sola, el Consulado tiene la obligación de intervenir también.
La realidad
De acuerdo con Migración Colombia, legalmente han ingresado más de 25 mil venezolanos a la ciudad el último año; sin embargo no se tiene el número exacto de los que han llegado como ilegales, aunque en junio el gobernador de Santander, Didier Tavera, aseguró que en el departamento ya hay cerca de tres mil.
-¿Cómo coño tú me vas a decir que hay 25 mil venezolanos si en una sola semana yo atendí 250? Eso no representa ni el 1% de lo que hay, manifiesta la chef venezolana.
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Asegura que en Bucaramanga hay 60 mil y en Santander cerca de 100 mil, de los cuales el 90% están mal, es decir, en la calle, sin trabajo, de ilegales, ejerciendo prostitución o rebuscándose la comida.
Cuando dice eso su expresión se vuelve más dura y como si se acordara de algo, deja de contestar mensajes para decir que es normal que en un proceso migratorio haya gente mala y gente buena, pero que es inaudito que le echen la culpa de todo a los venezolanos.
-¿Cómo me vas a decir tú, como colombiano, sabiendo que este es un país violento donde todos los días se cometen feminicidios, donde hay aberrados que violan y torturan niños y que tiran ácido a las mujeres, que porque llegaron 400 mil venezolanos se aumentaron los índices de criminalidad? Hay que ser muy tarado para decir esa burrada. ¿Cuántos colombianos hay presos en cárceles de Venezuela por diferentes delitos, robo, atraco, violación? De aquí de Colombia también salió gente mala y buena para allá, entonces que no inventen, señala.
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Vuelve a sonar el celular y desde la otra línea se escucha:
-¡Epa!, Alba, ¿es verdad que Uribe está dando visas? Conseguíme una ahí.
Alba solo le dice que primero se informe bien y le cuelga.
La persona que llamó hace referencia a un proyecto de ley que radicaron desde el Centro Democrático y que pretende que el Gobierno Nacional entregue una visa humanitaria a los ciudadanos venezolanos.
-¡Qué vaina! Eso si no cambia, la costumbre del venezolano de mal interpretar todo, de que todo se lo den regalado y de que todo se lo solucionen otros.
Ojalá todo lo que está pasando les sirva para que se den cuenta que hay que trabajar, conseguir las cosas por sí mismos, salir, aprender, estudiar, exclama.
Entre tantas llamadas y visitas se le hace tarde para las labores del restaurante; sin embargo, no se queja.
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Es feliz con lo que hace, tanto cocinando como ayudando. Está segura de que el gobierno va a caer, no confía en la Mesa de la Unidad Democrática, pero sí en la gente que sale a la calle; reza porque la comunidad internacional tome cartas serias en el asunto y pide a los venezolanos de la ciudad que están bien, y a los bumangueses en general, que ayuden a los que están llegando.
Además, espera que ‘Sabor Aquí’ pueda seguir siendo el otro consulado de los venezolanos en la ciudad, así muchas veces lo único que pueda darles sea un “Anda, chico, no estás solo”.