México
Relato de bumangués: “La noche que no dormí en México”
Llegué hace un mes y 21 días a México y no puedo estar más enamorado de este país. Me vine de intercambio estudiantil con el anhelo de cumplir muchas metas personales y profesionales, que tenía en el tintero, y que en tiempo récord se han logrado gracias a la sensatez y empatía que tienen los mexicanos con sus paisanos y extranjeros. La verdad ha sido más por ellos que por mí, y ahí es cuando uno se pregunta qué es lo que tienen que los hace tan especiales.
Quizá una de las cosas que más anhelaba experimentar -más allá de su cultura, música, arte e idiosincrasia- era su clima y el cambio de estaciones en algunas zonas del país, ya que en Colombia por lo general cada municipio tiene una temperatura estable y no hay mayores cambios durante el año. En realidad significaba algo nuevo para mí, y quería vivirlo a como diera lugar.
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Puebla es ahora mi nueva casa, una hermosa ciudad a dos horas de Ciudad de México, con una gran movimiento cultural y artístico, y un gran número de población juvenil y estudiantil, ya que es el mayor epicentro universitario del país. Estaba a pedir de boca y yo no podía estar más que emocionado, con los días fui entendiendo que fue una excelente decisión, y hoy, pasando por una situación tan difícil como esta, la del peor terremoto de la historia mexicana, esta tierra se me ha quedado aún más en el corazón.
Eran las 11:52 de la noche, cuando estando acostado en la habitación sentí cómo mi cama se sacudió e interrumpió lo que estaba haciendo en el computador. Miré hacia los lados y vi como el espejo que hay frente a mi escritorio se movía de un lado a otro como si quisiera caerse y escapar de esa pared para romperse en pedazos. Pensé que pronto iba a calmarse, pero no fue más que producto de mi imaginación.
Por lo general soy una persona muy serena, y no suelo perder el control en situaciones de riesgo, sobre todo sabiendo que procedo de Bucaramanga, en donde los temblores son el ‘pan diario’. Sin embargo, a pesar de mantener la calma y esperar que el movimiento se detuviera para tenerlo tan solo como un recuerdo, parecía ponerse cada vez más intenso y los gritos de algunos ya empezaban a escucharse desde afuera.
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Pensé que lo mejor era esperarme y no moverme de la cama. Cerré los ojos y agarrándome la cabeza le pedí a Dios que terminara con eso antes de que las cosas se pusieran peor. El sismo continuó pero una vez más me negué a pararme de la cama, quería pensar que se iba a detener y que no era para tanto, pero en ese momento, Pili, la dueña de la casa, nos llamó para que saliéramos y esperáramos afuera mientras se calmaba un poco aquella pesadilla que jugaba con la tierra misma y con nosotros.
Cuando bajó un poco la intensidad me levanté rápidamente y bajé las escaleras -no me pregunten cómo pude resistir tanto tiempo en la cama sin moverme- pero al salir podía sentirse aún cómo temblada, gracias al vértigo que nos recordaba que aún el terror no había terminado y que cualquier cosa podía suceder.
Me senté en una de las sillas del jardín, cerré las piernas y puse mis manos en las rodillas para sentirme más seguro y conservar la calma a pesar de que los nervios ya empezaran a traicionarme. Afuera estaban los vecinos mirándose unos a otros sin saber qué hacer, si irse, quedarse o tan solo esperar, así como yo lo hacía en esa silla mojada y fría que estaba en el jardín de mi querida Pili.
Una vez paró encendimos la televisión. Distintos canales nacionales informaban lo que aquí ocurrió. Un sismo de 8.2 grados había sacudido al país, el más fuerte e intenso de toda la historia de México. Incluso más fuerte que el devastador terremoto del 85, que dejó cerca de 10.000 víctimas.
Chiapas y Oaxaca pasaron una de sus peores noches, y nosotros desde la distancia vivimos su sufrimiento. El epicentro que surgió a 150 kilómetros de estos dos estados y aproximadamente a 700 kilómetros del centro del país y de la capital, nos dejó sin dormir esa noche y con la certeza de estar más agradecidos con la vida y de la bendición de lo que significa estar vivos.
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Tardé bastante en poder cerrar los ojos para dormir tranquilamente y de fingir que todo estaba bien, pero mientras me envolvía en las sábanas pensaba si las réplicas llegarían pronto o si simplemente desaparecerían como arte de magia para no recordarnos lo que había acabado de suceder.
Cómo decir que estás bien cuando acabas de tener una de las experiencias más aterradoras de tu vida, cómo estar bien cuando al otro lado del estado hay personas que perdieron sus casas o familiares, cómo impedirque mañana será otro día y será de lo único que se hablará por el transcurso de la semana.
Escribiendo esto, solo miro al cielo y me pregunto ‘¿Cómo es que estamos vivos?’, lo peor es que vuelvo miro lo que está pasando alrededor del mundo y no encuentro la respuesta.