La misión diaria de alimentar el corazón
En algunos asentamientos como Villas de Girardot, Zarabanda y 12 de Octubre, más de 190 pequeños corren todos los días hasta llegar al salón comunitario del barrio Santander.
Allí, uno a uno espera que María Isabel Duarte les sirva, lo que para muchos puede ser el único plato de comida del día.
Tan pronto el reloj marca las 12:00 del mediodía solo se empiezan a ver sonrisas.
Todos ya saben cómo es la movida: juntos se posan sobre unas bancas para agradecer a Dios por el alimento y, en seguida, entonan su melodiosa voz para cantar a todo pulmón.
“Este es el rap de la bendición, que Dios bendiga la alimentación, bendice el pan, bendice el vino, bendice las manos que lo han producido”.
Con aplausos, risas y alegría reciben un ficho para obtener su almuerzo, pero, antes de esto, corren hacia los brazos de esa mujer entregada por la vida para darle un fuerte abrazo como agradecimiento.
Servir no es la única misión
Aunque unos años de su vida María Isabel se dedicó a ser docente, lo que realmente le ha llenado el corazón ha sido ‘echarle una manito’ a la gente.
Todo se dio en un momento difícil de su vida, “y en medio de ese dolor fue que empecé a servir. Tuve encuentros que me transformaron y así surgió esta parte de mi historia”.
En 2009 ella inició con su labor, pero no precisamente con los pequeños, sino con los habitantes de calle. Y hace cinco años, cuenta, “Dios me puso a los niños en el camino”.
Para conseguirles el alimento emprende un constante reto: tocar corazones por toda la ciudad. Unos donan dinero, otros entregan mercados, pero siempre se recibe algo.
“Para preparar los almuerzos, si hablamos en libras, se necesitan: 18 de arroz, 15 de fríjol, alverja, garbanzos, lentejas y otro tipo de granos. Cuando se prepara carne se requieren entre 20 y 30, para el jugo se necesitan 15 libras de fruta y siete de azúcar, en fin, siempre son bastantes cantidades”.
Para no cogerse de tiempo, suele ‘pegarse’ la madrugada y dedicar entre tres y cuatro horas todas las mañanas. Esto lo hace con la colaboración de otras personas.
Una vez los pequeños quedan con la barriga llena y el corazón contento, como dicen por ahí, esta bumanguesa y demás servidores limpian el salón comunitario.
Si sobra alimento, sin duda recurren a las familias de los niños que viven cerca al lugar para repartirlo. Es ley: nada se puede perder.
La comida también se multiplica
En una ocasión, recuerda María Isabel, llegó a preparar el almuerzo y no había quién le auxiliara. “Esa vez le pedía a Dios que me mandara más manos porque debía hacer muchas cosas”.
Al ‘momentico’, un venezolano que le había ayudado en días anteriores le comentó que podía ir a colaborarle con cinco amigos más, pero hicieron la petición de que se les concediera el ‘almuercito’.
“Yo les dije que sí, pero luego me llamaron de otro lugar para ver si podía regarle comida a una familia de cinco personas. También accedí, pero me llevé la sorpresa de que llegaron más”.
Aunque en un principio todos creyeron que el alimento no iba a alcanzar, como de milagro la comida se multiplicó. “El caso es que no sobró y a 22 se les sirvió”.
El temor de María Isabel, como el de cualquier persona, es que con el pasar del tiempo le llegue el cansancio físico y deba parar, por eso le pide a Dios que no permita que su cuerpo caiga, “pues lo que más disfruto en este mundo es dar felicidad”.