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Bucaramanga
Sábado 16 de febrero de 2019 - 12:00 PM

Tras las teclas de la mítica máquina de escribir

En nuestras tradicionales miradas al pasado, evocamos el capítulo especial de los icónicos teclados del ayer que, aún en la era digital de hoy, son claves para escribir.

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Las máquinas portátiles eran más compactas, pero menos robustas.
Las máquinas portátiles eran más compactas, pero menos robustas.

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Las máquinas portátiles eran más compactas, pero menos robustas.

Hay museos que le rinden sentidos homenajes a la máquina de escribir.
Hay museos que le rinden sentidos homenajes a la máquina de escribir.

Hay museos que le rinden sentidos homenajes a la máquina de escribir.

Los jóvenes de hoy la ven como un artefacto de la prehistoria; otros creen que era como el remedo de la ‘tablet’ de nuestros abuelos y algunos afirman que simplemente ella es una de las tantas reliquias que se ven en los museos.

Hablamos de la máquina de escribir. Si bien sus teclados están vigentes en cada uno de nuestros smartphones, hubo un tiempo en el que a nosotros, como estudiantes, nos tocaba llevarla a cuestas para aprender a usarla con rapidez.

La clase, recuerdo muy bien, se llamaba mecanografía y los docentes que la dictaban eran bastante estrictos. ¡Y no era para menos! Había que aprender cuáles eran las teclas guías, cuáles las superiores, cuáles las inferiores y finalmente teníamos que saber en dónde estaban los números y cómo se accionaban las mayúsculas.

Algunos maestros tapaban con cinta blanca las letras. Luego, con regla en mano, aplicaban sus tatequietos a los que se atrevieran a mirar el teclado. ¡Qué tortura!

Recuerdo las planas: con los dedos de la mano izquierda se pasaba por la A, la S, la D, la F y la H; y con los de la derecha se iba de atrás para adelante, partiendo de la Ñ y siguiendo por la L, la K, la J y por último la H.

Al final era emocionante saber que se sabía escribir a máquina correctamente; es decir, que con puro tacto uno manejaba los diez dedos a la perfección.

¡Claro! Tocaba practicar casi que todos los días y memorizar las posiciones de las letras porque, en los parciales, teníamos que escribir oraciones perfectas. Los ‘profes’ seguían nuestros dedos para ver si acertábamos a escribir, pero con la mirada al frente.

Al principio esas clases, con tintes comerciales, no se dictaban en los colegios para hombres; no era muy bien visto que un joven quisiera ser secretario. No obstante, la mecanografía sí era obligatoria para las alumnas.

La razón era que la clase de mecanografía luego les permitiría a las secretarias hacer documentos mercantiles, manejar correspondencia y, por supuesto, conseguir trabajo en una oficina.

Colegios como la otrora Normal de Señoritas y La Merced eran modelos en ese tipo de enseñanza. Mucho después, en sitios como el Colombo Americano se ofrecía lo que se conoció como el Secretariado Bilingüe.

También fue muy famoso en la capital santandereana el Instituto Underwood, que con su nombre le rendía un homenaje a la empresa que compró los derechos de una máquina nueva desarrollada por el inmigrante alemán Frank X. Wagner y que se lanzó a la fabricación de máquinas de escribir.

Esta herramienta académica, a decir verdad, fue una revolución en su época. La idea de dejar de escribir a mano para hacerlo a través de un conjunto de teclas que imprimían caracteres en un papel fue grandiosa.

Y tal y como ocurre hoy con los dispositivos tecnológicos, en el pasado las máquinas de escribir tuvieron sus detractores; incluso fueron vistas con cierto grado escepticismo por un largo tiempo. En ese entonces, al igual que en estos tiempos de portátiles y tablets, hubo debates sobre la importancia que representaba escribir a mano y no con un teclado mecánico.

Fue un debate que fue desvaneciéndose a medida que las máquinas llegaban a todos los rincones. Fueron los poetas, los escritores y los periodistas los que finalmente lograron posicionarlas.

No en vano la máquina de escribir que utilizó Gabriel García Márquez en la narración de ‘Cien años de soledad’ es una verdadera reliquia que dejó para la eternidad, junto con sus obras macondianas.

Mucho después llegaron las máquinas de escribir eléctricas que, si bien no lograron la popularidad de las manuales, sí invadieron las oficinas de todas las empresas.

Con la era digital, y pese a multiplicarse en todos los ámbitos de la vida el uso de teclados, esta vez asociados a un PC, el uso de las máquinas de escribir declinó y desapareció de los entornos de los colegios. Sin embargo, hay que decirlo, sus teclados siguen escuchándose en muchos de nuestros dispositivos.

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Publicado por Euclides Kilô Ardila

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