Bielorrusa Svetlana Alexievich, Nobel de Literatura 2015
Nacida en Ucrania, es muy crítica con el gobierno bielorruso. Cuando su padre, de origen bielorruso, se retiró del Ejército soviético, y se estableció en Bielorrusia, ella estudió periodismo en la Universidad de Minsk y trabajó en algunos medios de comunicación.
Inicialmente, presentó su obra La guerra no tiene rostro de mujer, publicada en 1985, dos años después de haber concluido su proceso de escritura, puesto que este trabajo debió soportar la espera que significaban entonces no solo la crudeza de sus palabras, sino hablar de imágenes iconográficas específicas, como el “heroísmo soviético”. Según El País, de España, “el estreno de la versión teatral de aquella crónica descarnada en el teatro de la Taganka de Moscú, en 1985, marcó un hito en la apertura iniciada por el dirigente soviético Mijaíl Gorbachov”.
Muy influida por el escritor Alés Adamóvich, al que considera su maestro, Alexievich aborda sus temas con técnica de montaje documental. Su especialidad es dejar fluir las voces –monólogos y corales– en torno a las experiencias del “hombre rojo” o el “homo soviéticus” y también postsoviético. La obra de Alexievich gira en torno a la Unión Soviética para descomponer este concepto en destinos individuales y compartidos y, sobre todo, en tragedias concretas. Alexievich se mueve en el terreno del drama, explora las más terribles y desoladas vivencias y se asoma una y otra vez a la muerte. En 1989 publicó Tsinkovye Málchiki (Los chicos de cinc) sobre la experiencia de la guerra en Afganistán. Para escribirlo recorrió el país entrevistando a madres de soldados que perecieron en la contienda. En 1993, publicó Zacharovannye Smertiu (Cautivados por la muerte) sobre los suicidios de quienes no habían podido sobrevivir al fin de la idea socialista. En 1997, le tocó el turno a la catástrofe de la central nuclear de Chernóbil en Voces de Chernóbil, publicado en castellano en 2006 por Editorial Siglo XXI, que reeditó el año pasado Penguin Random House.
El año pasado lanzó El tiempo de segunda mano. El final del hombre rojo, publicado en alemán y en ruso. En este nuevo documento, Alexievich se propone “escuchar honestamente a todos los participantes del drama socialista”, dice el prólogo. Afirma la escritora que el “homo soviéticus” sigue todavía vivo, y no es solo ruso, sino también bielorruso, turcomano, ucraniano, kazajo… “Ahora vivimos en distintos Estados, hablamos en distintas lenguas, pero somos inconfundibles; nos reconocen en seguida. Todos nosotros somos hijos del socialismo”, afirma, refiriéndose a quienes son sus “vecinos por la memoria”. “El mundo ha cambiado completamente, y no estábamos verdaderamente preparados”, dijo en una reciente entrevista a Le Monde. Atrapada aún en el espacio soviético, Alexievich indaga con angustia y sufrimiento sobre el fin de una cultura, una civilización, unos mitos y unas esperanzas.