Prosa y poemas en
‘El lorosaurio narrador’ y ‘Piel adentro’ son hijos de un mismo padre, y aunque el uno es una compilación de relatos y el otro lo es de poemas, los alimenta el mismo espíritu. Uno que ya casi no se ve: sereno, trasparente y mesurado, aunque profuso en imágenes de una líquida belleza, y, quizá por ello mismo, leve. No hay nada que sature ni encandile; no obstante, se queda en la memoria.
‘El lorosaurio narrador’
Bajo este curioso título están recogidos veintiséis relatos breves, que son, como lo dice su autor, el docente y escritor nortesantandereano Carlos Luis Ibáñez Torres, un “resumen de vida”. Pero no se llame el lector a engaño: no son cuentos autobiográficos, o al menos no de esta vida, sino quizá de una de antes, en paisajes distintos, con costumbres que nos son ajenas ya, en un tiempo más bien impreciso, como de fábula. Y su tono es poético, pero sin presunciones; no estamos frente a las páginas de un escritor avezado, pero sí de un cultor de la palabra, de un esforzado artesano que con primor y rigurosidad supo hilar sus historias –habitadas todas ellas por un profundo halo de nostalgia–, escritas, tal vez, como una manera de reconstruir un mundo que se reduce a la memoria resguardada en fotos en blanco y negro, en donde la vida fluía a otro ritmo, uno en el que se oía el rumor de la quebrada, el canto de los pájaros, el ulular del viento entre los bosques nativos, y donde la palabra tenía el peso de un contrato.
Dice el señor Ibáñez que algunas de sus historias surgieron de “la memoria cotidiana”, y “otras, con sabor a infancia, han escalado el camino de piedra con aroma a sauce y golondrina para salir volando”. Y en buena hora llegó el momento de compartirlas, gracias a la Universidad Industrial de Santander, que publicó el libro el año pasado, en la colección Temas y Autores Regionales, a cargo de Dirección Cultural UIS.
No obstante el innegable encanto bucólico de las historias que recoge El lorosaurio narrador –una suerte de alter ego de Ibáñez–, hay relatos en donde se permite una nota de irónica picardía; otros más guardan, bien velada, una moraleja, o una fábula; algunos proclaman la fe en el ser humano, o ensalzan la virtud de soñar, de ser bondadosos e incluso cándidos; en otros más se advierte el influjo de la veta más pura de las enseñanzas del Cristo; otros logran contar el mundo a través de los ojos de un niño, o del desconcierto adolescente; pero también están aquellos en los que se alza la voz del hombre que se rebela contra la torpeza humana, que destruye y arrasa. Y en todos brilla un punto de sencillez literaria que es remanso.
Un fragmento
“Como si fuera una vieja máquina, el invierno se quedó varado frente a la ciudad con su atuendo de grises. Sus añejos aromas líquidos lo impregnaban todo y su ejército de grillos y rumores acometían todo con su algarabía sobre viejos árboles, sobre los cansados techos de teja y los recientes edificios, tarde tras tarde, noches enteras, mientras la ciudad parecía hundirse con sus gentes, lentamente apuntillada por los interminables aguaceros” (‘El escritor’).
‘Piel adentro’
Sesenta y cuatro pequeños poemas se encuentran en este libro. Todos tienen el mismo espíritu sencillo y fresco que anima y pulsa en los relatos, pero profundizan, con mirada grave y natural silencio, en las reflexiones más íntimas del ser humano: la vida, la muerte, la alegría, la soledad, el amor… Dice su autor: “Este libro lleva por dentro ese caudal de sangre que, unido al ser se imanta con la existencia y nos hace ver más allá del mundo cotidiano la línea de sueños, una vez traspasada no tiene regreso”. Es allí cuando aparece la poesía, como ese compromiso vital sin el que la vida no tiene otro sentido.
Salida de las manos y ofrecida en este libro, la poesía es un intento de mostrar un mundo en que el amor, la vida, la muerte y los sueños se hacen mujer, se hacen hombre, se hacen ritmo vital, y, como ese elemental movimiento de la ola y la playa, trae y lleva aguas profundas, ecos distantes y asuntos cotidianos; la poesía como espejo nos muestra lo que somos y lo que seremos, cuando, como las estrellas, habitemos el mar del silencio”.
Tres poemas
‘Piel adentro’ se ordena en tres acápites: ‘Primera piel’, ‘Segunda piel’ y ‘Bajo la piel de la tierra. Última piel. Tierra de difuntos’. El hilo conductor es un viaje telúrico hacia las profundidades. Se trata, en últimas, del viaje del hombre que se piensa a sí mismo, y más que palabras construye silencios.
‘In memóriam’
Para Carlos Julio Torres A.
Desaparecido violentamente
¿En qué oscura zanja
han enterrado tu mirada?
Tu voz continúa fresca y vital
en el oído de mi corazón
Dame una señal para rescatar
bajo el sol de la muerte
la piel de tus sueños.
‘Saudade’
Ahora que el día viene montado en el calor de sangres
extrañas,
deslizo las manos para acariciarme el alma.
Ahora que la piel huele más a tierra
y las palabras son alfileres en la sangre,
quisiera haber sido
una abeja o un grano de trigo.
‘Funeral’
La tarde es llanto.
De espaldas
es llevado un hombre
al sitio del olvido.
A empujones
llega la noche.
Entre sollozos
pasa el cortejo.
Y rema indiferente
la luna entre las nubes.