Adiós a una superestrella
Nacido en Bucaramanga en 1928, el maestro Pinzón, un ‘compositor polifacético, vanguardista e impredecible’, fue, además de un virtuoso ‘pianista improvisador’, el ‘músico colombiano más taquillero en el campo de los géneros no populares’, como dijo alguna vez Carlos Barreiro Ortiz; “uno de los más grandes compositores contemporáneos de Latinoamérica”, según el Conservatorio Peabody de la Universidad Johns Hopkins, y uno de los “Mil personajes más importantes del siglo XX”, según el diario El Espectador.
Jesús Pinzón Urrea se graduó en 1967 como Maestro en Composición Musical y Director de Orquesta de la Universidad Nacional de Colombia (sede Bogotá), en donde fue, posteriormente, director del Departamento de Música y catedrático de composición hasta 1991. Fue también presentador por varios años del programa televisivo ‘Música para todos’, y uno de los primeros directores de la Orquesta Filarmónica de Bogotá –agrupación con la que mantuvo un estrecho vínculo durante toda su vida y con la que estrenó numerosas obras y arreglos musicales–. Entre sus piezas más conocidas –interpretadas en los dos últimos años por la Filarmónica, en un acto de reconocimiento al extraordinario aporte del maestro Pinzón a la música colombiana y latinoamericana– están: Concierto para cinco timbales, Concierto para piano, Creación Vallenata, Evocación Huitota, La muerte de Cristo con sonido en la, Las voces silenciosas de los muertos, Rito Cubeo y Goé Payari, entre otras.
Más de cuatro décadas de constante dedicación a la música dejan para la historia y el acervo cultural del país más de medio centenar de obras para orquesta, de cámara, coro, conciertos, percusión y versiones sinfónicas de piezas tradicionales. Pinzón, quien se calificaba como un músico sin inhibiciones, transitó con igual vehemencia y fluidez por “los extremos que hacen parte de una misma idea: el sentido religioso (‘La muerte de Cristo en la’), tonadas caribeñas (‘Creación vallenata’), rigor político (‘Cantata por la paz’) y su espíritu humanitario (‘Los niños que no nacen’)”.
Asimismo, en muchas de sus obras se evidencia su profundo interés en las músicas indígenas y tradicionales colombianas –que lo llevó a ser miembro activo del Centro de Estudios Folklóricos y Musicales de la Universidad Nacional de Colombia entre 1967 y 1970– y su pasión por el estudio de los símbolos empleados en la escritura de la música contemporánea, intereses que lo condujeron a la “búsqueda cuidadosa de efectos sonoros mediante técnicas aleatorias y elaboración de lo tradicional”, del que sus obras son prueba sonora. Por esta razón aseguran los eruditos que a través de su música el maestro Pinzón entendió al país y a su gente, al proponer “un horizonte amplificado de recursos sonoros, tímbricos y de ritmo”.
De acuerdo con la Orquesta Sinfónica de Colombia, “la obra Rito Cubeo es un ejemplo particular de esta inclinación musical. Encargada por la Orquesta Filarmónica de Bogotá, cada movimiento narra una etapa del ritual que se lleva a cabo en el Vaupés con el nacimiento de un niño. En primer lugar, está la formación de un círculo con humo de tabaco. Luego está la fabricación de un cerco de madera, y, por último, el encerrar un sapo para evitar daños. Otro elemento que caracteriza la obra de Jesús Pinzón es la búsqueda de la combinación de música y grafía. En esta pieza, los elementos musicales sirven en instancias para imitar, ambientar y recrear todos los elementos dentro del ritual”. En otras piezas, como El piano, su magia y la selva, “el maestro Pinzón utiliza un completo arsenal de instrumentos tradicionales de percusión e incluye elementos extraños, como serrucho de carpintería, mangueras, sonidos humanos, cañas de fagot y oboe, gritos salvajes”.
Quizá por ello el lenguaje musical del maestro Pinzón fue descrito por él mismo como ‘pluralista’, término con el que recoge los elementos aparentemente contradictorios que reúne en su obra, caracterizada por moverse con igual fluidez en los terrenos del virtuosismo técnico como en territorios más francos, que le brindan la posibilidad de “jugar libremente con las texturas tímbricas combinando diferentes sonidos de instrumentos, para luego entrar en pasajes contrapuntísticos”, así como con la tonalidad y el atonalismo.
Valga decir que este estilo aparentemente contradictorio –pero que en el fondo revela una profunda conciencia de la libertad del músico contemporáneo, una enorme capacidad de beber de fuentes diversas y un ejercicio constante de independencia de criterio, sumado a una fina sensibilidad que le permite captar lo más significativo de las diversas corrientes musicales en el mundo– hizo que la obra del maestro Jesús Pinzón fuera ampliamente reconocida tanto en el país como fuera de sus fronteras, hecho que se materializó en las frecuentes invitaciones a concursos y festivales en Cuba, España, Estados Unidos, Francia, Suecia, Japón, Italia y Rusia, entre otros. En Colombia se presentó en los más importantes escenarios de la cultura, entre ellos la Sala de Conciertos de la BLAA, el Auditorio León de Greiff, el Teatro Mayor Julio Mario Santodomingo, y fue interpretado por músicos de la talla de los pianistas Hárold Martina, Teresita Gómez y Blanca Uribe, o Leonid Kuzmin, quien en 1997, en el marco del Festival Internacional de Piano de Bucaramanga, estrenó Tocatta americana.
Estamos, pues, ante una verdadera superestrella, que ahora fulge en el firmamento de la eternidad.