De Local
Si bien el Museo de Arte Moderno de Bucaramanga es pequeño comparado con otros museos de idéntica naturaleza en el país, tiene la capacidad de albergar en sus dos salas y su amplísimo patio exposiciones artísticas de diversa naturaleza que en ocasiones –como esta– parecieran concentrar en una muy bien mensurada cantidad de obras el espíritu de un grupo de artistas, cuyas miradas e intereses, en apariencia diversos, confluyen en algún punto, se entrecruzan y dialogan para crear un entramado de voces capaces de hablar, a su vez, con el espectador.
Es el caso del Salón de Artes Visuales ‘De Local’, donde, además de la diversidad de lenguajes, es interesante observar que, en últimas, los diferentes “leitmotiv” de los artistas seleccionados bien podrían resumirse en el paisaje, entendido como algo dinámico, mutable, que influencia y es influenciable, y que se evidencia en las huellas que cada quien deja en su entorno, y viceversa, y advierte que dicho paisaje bien puede ser natural, urbano, el cuerpo mismo e, incluso, lo emocional-mental.
Nos encontramos entonces con la evocación escenas/paisajes literarios en el caso de Bernardo Melo McCormick (‘La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada’ y ‘La nena Daconte. El rastro de tu sangre en la nieve’, esculturas en lámina de hierro); el paisaje social y los oficios tradicionales en el de Sandra Escudero (‘Tabaquería’, fotografía); el paisaje urbano y el imaginario en el de Juan Ordóñez (‘Líneas concretas’, fotografía); el paisaje amazónico, en el caso de Silvia Chaparro (‘De la serie Blue: Lagotarapoto – Amazonas’, fotografía); el vínculo del ser humano con su entorno, en la mirada de Fredy Barbosa (‘Ematóxico’, fotografía digital); el paisaje en su máxima expresión bucólica, visto por Julián Mejía (‘Guiches’ y ‘Paisaje en atardecer’, óleos sobre tela); el cuerpo femenino, por Luis Duarte Ortiz (‘¿Y?’, óleo sobre tela); el espacio en relación con el objeto en sí mismo, de Pedro Villamizar (‘Gramil’, escultura en ensamble); el paisaje urbano, desprovisto de artificios Óscar Javier Suárez (‘Rupturas’, dibujo); los paisajes interiores reflejados en el espacio, de Henry Olarte Álvarez (‘Más claro no canta un A.dios’, arte in situ); el cuerpo y la naturaleza, con un dejo de erotismo, según Julio César Rodríguez (‘Kimbala n.° 1’ y ‘Kimbala n.° 2’, aguafuerte y aguatinta); la relación psique/cuerpo que señala Zayde Díaz Gómez (‘La niña se perdió. Recuento autobiográfico’, dibujo sobre madera); el paisaje inaprensible y misterioso de Aura Sofía Pacheco (‘Haciendo visible lo invisible y permanente lo impermanente. Oráculo. El aguador aguado’, arcilla cocida y esmaltada en horno); una suerte de remolino acuático pero también emocional, de Hidelfonso Ardila Suárez (‘Vórtice’, metal erosionado y aerografía); la huella siempre misteriosa de una performance de Milton Afanador (‘Tuercas y tornillos’ de la serie ‘Identidades’); la permanencia transmutada del ritual o la creencia de Edgar Ríos Malagón (‘Dichosos los llamados’, ensamble); la mirada interior de la memoria de Fabiola Flórez Roncancio (‘Ecos’, ensamble); y la reflexión en torno al cuerpo femenino y su relación con el entorno, mediada por la violencia, en la performance de Helga Moreno.