Equilibrio
Aunque la palabra no nos resulte fácil de asumir, el ‘equilibrio’ es fundamental en todo lo que hacemos.
Y lo decimos porque, de manera literal, a todos nos corresponde ser buenos ‘trapecistas’ para no resbalar en el camino.
Muchos huyen de los problemas y, al final, caen en algunos excesos.
El desequilibrio emocional, por citar un ejemplo, es uno de esos problemas que nos hacen trastabillar.
La ‘quejadera’ es otro detonante que nos produce el desbalance del alma. Culpamos a los demás por todo lo que nos pasa e inexplicablemente asumimos el rol de la víctima.
También buscamos respuestas ‘exteriores’ a todo lo que nos pasa, cuando hay un montón de preguntas interiores por resolver.
La vida ‘nos aprieta las tuercas’ y aún así no sabemos digerir las situaciones que tocan a nuestra puerta.
¿Quiere algunos ejemplos?
Piense en todos aquellos que tienen sus vidas sentimentales ‘enredadas’ por culpa de los mil amores que se inventan. Ellos siempre viven en el aire y dando brincos.
Lo propio les pasa a quienes se la pasan renegando de sus trabajos y no hacen ‘algo’ para buscar mejores condiciones salariales.
Usted se preguntará:
¿Cómo equilibrarse y cómo cumplir con las exigencias de la vida con tantos problemas que nos agobian?
El interrogante es oportuno, sobre todo si se tiene en cuenta que muchas personas buenas hacen grandes esfuerzos por salir adelante, pero terminan abrumadas y derrotadas cuando no logran superar las barreras.
La respuesta a los problemas está, de manera precisa, en el equilibrio: Ni echarse a morir por ellos, ni quedarse de brazos cruzados esperando a que todo, como por arte de magia, se solucione de buenas a primeras.
Dios nos enseña que los problemas son para enfrentarlos, no para escapar de ellos. Sin embargo, tampoco hay que generar espacios propicios para que las angustias lleguen a nuestros mundos.
Si no tiene plata, no gaste más de lo que gane. Si ama a su pareja, no busque en otras lo que ya tiene. Si es buen trabajador, con seguridad que la vida profesional le sonreirá; a menos que decida que lo ‘atropellen’ en su empresa.
En la vida espiritual también se encuentra el equilibrio, incluso en medio de las dificultades de la vida.
¿Cómo se alcanza ese nivel?
Algunos lo logran mediante las plegarias, otros más lo hacen a través de la meditación, y hay muchos que lo logran con su propia fe.
La verdad es que existen variados mecanismos para lograr tal grado de tranquilidad.
Si advierte un problema, usted debe utilizar ese obstáculo para salir adelante. Es decir, esa angustia es al mismo tiempo una ‘palanca’ para avanzar en su formación como persona.
Los frondosos bosques, el agua del mar y los picos de los nevados afrontan las inclemencias y las variaciones del clima y, aún así, siguen ahí, regalándonos sus bellezas.
Es hora de imprimirle un poco de disciplina a nuestra vida.
Además, es más reconfortante vivir con los pies en la tierra.
Finalmente hay que decir que para equilibrarnos es fundamental establecer prioridades en la vida, trazar metas alcanzables, organizar el presupuesto con prudencia, fortalecer las buenas relaciones, mantenerse concentrados y, sobre todo, acompañar cada uno de estos pasos con una dosis de fe.
Ejercicio
Si está alterado o irritado, practique el siguiente ejercicio:
- Afloje todos los músculos de su cuerpo.
- Luego levante los brazos y déjelos caer de una manera libre, previendo que no se golpeará.
- Ablande su rostro y ría.
- Parpadee una y otra vez. Cierre los ojos y no piense en nada. Escuche con atención ruidos y sonidos, próximos o lejanos, sin calificarlos de agradables o desagradables. Déjese llevar por el ambiente.
¡Hágalo!, notará que la irritabilidad pasa a un segundo plano y, por supuesto, se sentirá mejor.
Este pequeño ejercicio le permitirá crecer y descubrir el tesoro inmerso que lleva por dentro. Porque la verdadera riqueza, que es la sabiduría del corazón, está en su interior. ¡Cultívela! Si crece por dentro, le encontrará sentido a su vida; si no lo hace, no experimentará la verdadera felicidad.
¡mucho cuidado con lo que sale de su boca!
Dicen que una persona jovial, medianamente conversadora, cada día habla lo suficiente como para llenar 20 páginas de un cuaderno de colegio.
Eso es algo así como un libro pequeño de apuntes.
Si bien la presente estadística no es del todo exacta, sí evidencia una relativa tendencia para indicar el promedio de palabras de las que normalmente pronuncia un ser humano cada 24 horas.
La idea, hasta aquí, no es saber qué tanto hablamos, sino analizar todo ese conjunto de términos que emitimos y comprobar qué tan propositivos, halagüeños u optimistas son.
Quien citó la anterior estadística reveló que, de ese promedio de 20 páginas, 18 de ellas contienen expresiones que se encasillan en los capítulos del chisme, la mentira, la crítica destructiva y la envidia. Una página más de las palabras que emitimos son triviales.
Solo la página restante contiene palabras que dan fe de nuestros valores, nuestros nobles ideales y nuestros sanos propósitos.
Así las cosas, podríamos decir que nos la pasamos hablando ‘basura’ y de cosas negativas que solo nos hacen daño.
¿A qué viene esta reflexión?
La idea es que con nuestra forma de hablar tengamos mejores pensamientos, asumamos nobles propósitos y, sobre todo, desterremos esas palabras que nos deprimen. Porque nuestra boca no puede estar llena de quejas, tristezas o rabias.
De la abundancia del corazón, habla la boca. Así las cosas, unas buenas palabras, emitidas en el momento preciso, pueden resultar cruciales para nuestra vida.