¡Bendita la luz!
Un niño jugaba a atrapar los rayos de luces que se colaban entre las aristas de la ventana de su colegio. Siempre tendía sus manos al aire para llevarse la ‘cuota de claridad’ que le regalaba cada día.
El pequeño expresaba que los rayos del sol lo hacían sentir bien y que no requería de nada más para encontrarle sentido a su particular forma de recrearse.
Aseguraba que podía transformar la luz y que podía guardarla en su alma, para que luego ella resplandeciera en cualquier lugar que estuviera.
¡Y así es! Cuando alguien transforma algo para bien, obtiene mil llaves que abren las puertas de la felicidad.
El menor era uno de los alumnos más entusiastas del plantel. Podía conectarse con energía positiva en todos los cursos con solo una sonrisa.
Nunca dejó que la gente lo alejara de esa bella costumbre. Hoy es un exitoso hombre de negocios, tiene una bella familia y es considerado como una gran persona. ¡Su nombre no importa! Él prefiere que no se revele su identidad.
Sin embargo, no duda en decirles a los demás que sí pueden almacenar sus propias luces.
“Nada de lo que escuchen, sin interesar quien lo diga; y nada de lo que otros les critiquen, así parezca que tengan razón, puede arrebatarles sus sueños”, asegura.
La claridad que manejaba de niño, iluminó su futuro. Él no acepta nada sin su previo discernimiento, pues aprendió que era él quien debía decidir sobre su vida. Siempre consulta a su corazón, porque él nunca se equivoca. ¡Al menos, eso piensa!
Deberíamos comprender, tal y como lo hizo aquel niño, que así permanezcamos en lugares oscuros siempre existirá un rayo de luz proveniente de nuestro cielo.
A veces estará en plena oscuridad o tendrá que moverse por caminos en los que no ve nada en absoluto. No obstante, recuerde que más allá de que en su andar esté ausente la luz, usted mismo, con su esencia y el brillo de Dios, tendrá la verdadera luminiscencia en su vida.