¡No quieren escapar de sus cárceles!
Hay universidades, empresas, hospitales y hasta viviendas que se asemejan a las prisiones. La única diferencia que hay con las cárceles es que en esos lugares las puertas sí están abiertas.
Puede leerse duro, pero muchos viven presos a pesar de que tienen una escalera que los puede conducir hacia la ventana de la libertad.
Les pasa a los alumnos, a los compañeros de trabajo, a los enfermos y hasta a los novios o esposos.
Conozco estudiantes que se resisten a expresar sus ideas por temor a ‘rajarse’ en la tediosa carrera que decidieron cursar. También veo a empleados que están aburridos en sus oficinas y que, aún así, no se atreven a conformar sus propias empresas por temor a perder esos rutinarios puestos laborales, en donde ganan exiguos salarios.
Existen pacientes que prefieren seguir en el cuarto de un hospital, padeciendo sus hipocondríacos males, antes que buscar sus verdaderas medicinas de sus almas.
Nos encontramos con parejas que no son capaces de terminar sus tormentosas relaciones por intereses económicos, por costumbre o por mantener las apariencias.
La verdad es que, de manera desafortunada, muchos se han acostumbrado a hacer sus mundos cerrados: viven ensimismados y taponan sus mentes casi que de forma hermética, quitándose la oportunidad de ser felices.
Es como si tuvieran miedo a ser libres y, por ende, construyen una especie de barrotes que, a pesar de ser invisibles, les frenan sus horizontes.
Varias cosas les quitan la visión a un mundo mejor: el temor a lo desconocido, la angustia de abandonar la ‘zona de confort’ en la que están inmersos o incluso el pánico que suscita el enfrentarse ‘cara a cara’ con sus debilidades o angustias.
Algunos viven atrapados por presiones sociales o familiares, otros tienen limitaciones económicas y unos más se inventan sus barreras.
Las cerraduras que estas personas se ponen nacen de la cobardía de comprender sus realidades, de orgullos injustificados, de una ‘insuficiencia’ de ideas, de pocos fondos y de una baja autoestima.
Debo decir que, con relativa frecuencia, ellos ni siquiera tienen la culpa de ser prisioneros. Los han bombardeado de tanta basura que se convirtieron en esas aves que, aún sabiendo que tienen la ventana de la jaula abierta, prefieren irse al rincón y se inventan que lo que hay a sus alrededores es lo único que han querido de verdad para sus vidas.
Una última recomendación para estas personas: Si se atreven a asumir el comando de sus vidas y toman el reto de ser libres, es preciso soltar las ataduras que suelen armar en sus propias mentes.