Ruborizarse es una respuesta normal ante una situación que nos resulta imprevista. A mí, de manera particular, me parece simpático que a alguien se le refleje en su rostro ese súbito enrojecimiento.
¿Tal vez lo sorprendieron en alguna ‘mentira piadosa’? ¿De pronto vio al amor de su vida o lo están elogiando? ¿Acaso esa persona es tímida?
Sea como sea, el rubor delata nuestro pensamiento y, de manera literal, desnuda el alma de cualquiera.
Para mí, es como la imagen más limpia de la cara. Ese color rosado es una especie de brillo celestial que nos deja al descubierto.
Es como descubrir que el corazón de la gente sí está impregnado de sencillez y que, a pesar de lo que mostremos, podemos rendirnos ante la magia de la autenticidad.
Alguien que experimenta este bello rastro en la piel siente vergüenza, nerviosismo, timidez e incluso modestia.
Lo que me agrada de esta situación es que, el sonrojo es una de esas emociones que pone a la gente frente a frente con la transparencia.
La verdad es que no hay nada mejor que mostrarse al natural sin importar si se es feo, flaco, pobre o pequeño de estatura.
Además, nadie puede fingir que está ruborizado porque esa situación no se puede planear. Por más que se proponga sonrojarse, no logrará hacerlo de manera premeditada.
Ni las mujeres que se maquillan a toda hora, ni los artistas que adoptan ese matiz para sus presentaciones pueden lograr ese grado exacto de nitidez emocional en sus caras.
Mejor dicho: el rubor es algo así como el color de la virtud. Y lo digo porque el sonrojo es un extraordinario rasgo de nobleza, el cual fluye justo cuando ya no hay nada más que ocultar.
Si bien sonrojarse no es cómodo para nadie, es claro que alguien que se ruboriza con facilidad es más confiable. Incluso, para mi gusto, alguien así luce más atractivo.
Cuando nos sonrojamos es más difícil mentir y ante la vista de los demás esa es una clara señal de que somos sensibles.
En realidad es una muestra confiable que nos permite saber lo que está sintiendo alguien, pues no es algo que se pueda controlar.
De manera desafortunada, la gente ha ido perdiendo la capacidad de ruborizarse. ¿Será que se nos ha extraviado la vergüenza? ¡Puede ser!
Somos testigos de tantas mentiras que rondan en nuestro alrededor, que hasta hemos perdido la capacidad de asombro.
¡Y eso sí que da pena!
Ser transparente
No entiendo por qué algunas personas, más allá de que tengan debilidades o defectos, insisten en aparentar lo que no son.
En nuestros tiempos actuales, vivimos atiborrados de aduladores por vocación y de profesión. Estamos ‘bombardeados’ de falsas sonrisas y nos rodean personas frías y calculadoras.
La gente debería tener presente que la clave de la vida es la esencia, no la apariencia.
Ser genuino y mostrarse tal cual se es son dos buenos indicadores de honestidad. Yo confío en alguien con esos rasgos, incluso más allá de que coincida o no con sus puntos de vista.
Y confío porque cuando uno sabe a qué atenerse con alguien, puede tener la certeza de que jamás lo engañará.
Alguien que sea transparente nunca intentará imponer sus propias ideas, tan solo las dará a conocer con la mejor intención.
El transparente predica con el ejemplo y no se centra solo en las palabras bonitas. También aplica una “política de puertas abiertas” para aprender y enseñar.