¿Sobre...vive?
Algunos comienzan el día muy temprano, para hacer más cosas, y lo finalizan tarde en la noche. ¡Caen rendidos hasta más no poder!
La rutina y el afán los dejan asfixiados. Lo peor es que ni siquiera disfrutan lo que hacen, al punto que se sienten vacíos. De pronto calman sus bolsillos con cada quincena, pero secan su alma con tanto aburrimiento.
Suelo hablar con pensionados y muchos de ellos me confiesan que, después de trabajar durante largos años, se sienten decepcionados con el curso que tomaron sus vidas.
Aunque todos tienen sus pensiones, que dicho sea de paso son pírricas, de igual forma se lamentan al recordar las oportunidades de ser felices que dejaron pasar.
La vida se les fue en ‘sobrevivir’, en pagar deudas y dependiendo de otros; es decir, se la pasaron sorteando los problemas cotidianos.
Al llegar la pensión descubrieron que siguen más limitados que cuando eran jóvenes; solo que ahora están con el pelo cenizo y el alma arrugada.
Claro está que no es necesario haberse jubilado para que alguien se sienta así hoy día. Muchos están sumergidos en el desazón.
La agenda de cualquier ciudadano del común está llena de trabajo, gastos y vicisitudes. Todos los días se tienen que levantar y enfrentar estos ‘trotes’.
¿Es su caso?
Si es así, debería sacudirse de tanto estrés y dedicarse más tiempo a consentirse.
Es probable que en el agite de su vida haya desplazado las cosas sencillas que le servían para nutrir sus sanos espacios.
Los que aseguran que son felices han explicado que la vida se disfruta en las pequeñas cosas. Suele ser muy saludable el programar un ocio sabio y disfrutar de él lo mejor posible.
Aunque no lo crea es saludable dormir un poquito más de la cuenta de vez en cuando, tomarse unas horas para ir de compras, visitar a unos viejos amigos o para concentrarse en sus gustos.
Sáqueles tiempo a las cosas sencillas que disfrutaba antes y que por el bendito trabajo no ha podido realizar.
Si le gusta el fútbol, vea partidos; si le encantan las películas, vaya al estreno del día; si le fascina el campo, regálese un fin de semana en una finca o en otro sitio de sano esparcimiento.
Alégrese de ser quien es, y si no está contento haga algo para cambiar.
Alguien dirá que tiene tantos problemas a cuestas que no puede darse el lujo de perder el tiempo. Si usted es de los que piensa así, le cuento que por más que su vida esté quebrada, el verde de la esperanza siempre estará presto para contrarrestar esa grieta.
Muchos desvanecen sus angustias tomando las cosas con calma. Usted puede elegir preocuparse o, por el contrario, puede emprender actividades entusiastas.
Para ser feliz, no hay que desear cosas extraordinarias; es solo cuestión de vivir bien. Mejor dicho: Asuma el reto de buscar su felicidad, pero con la firme certeza de que la va a encontrar.
¡reviva la esperanza!
La esperanza es como cualquiera de esas sustancias que se toman como medicina: Nos socorre una necesidad, nos libra de un riesgo o peligro y, casi siempre, repara ese daño que causa en nosotros el desánimo.
Por eso, mientras ella exista tendremos ganas de vivir.
Las Sagradas Escrituras cuentan que a los 38 años de estar parapléjico, un hombre fue curado por Jesús. Quién sabe cuántos de nuestros amigos ni siquiera han cumplido los 40 y ya están amarrados, aterrados y paralizados por la falta de fe para continuar.
Vivimos renegando porque nuestro camino está lleno de piedras; pero no hacemos nada para conseguir un buen calzado que nos proteja de los traspiés que a veces nos trae la vida.