Es un arma letal que corroe la autoestima. También es un freno para el carácter y, en más de una ocasión, esa expresión menoscaba nuestros proyectos. Hablo del ‘qué dirán’.
Esas dos palabras son saboteadoras de sueños. Solemos vivir pendientes de las percepciones de los otros, olvidando que somos autónomos y libres para actuar.
Por alguna extraña razón hacer lo que deseamos supone el ‘quebranto’ de ciertas normas que en el papel parecen ‘estar bien’, pero que lo único que hacen es paralizarnos.
De manera adicional, asumir esta actitud hace que vivamos de apariencias e incluso que nos convirtamos en personas inconformes.
El odioso ‘qué dirán’ nos obliga a utilizar caretas y nos convierte en seres frustrados, amargados, resentidos y algo frívolos; todo porque sin quererlo vamos desarrollando un descontento interior que nos arruina nuestra existencia.
Nos da miedo emitir nuestros puntos de vista para evitar la confrontación. También decidimos realizar determinadas cosas solo para satisfacer las expectativas de quienes nos rodean, pasando incluso por encima de nuestras aspiraciones.
Lo que sucede es que nuestro proceder vive impregnado de prejuicios sociales, de percepciones o de críticas que, en más de una ocasión, son destructivas.
Si queremos realizar algo y nos preparamos para asumir el reto, debemos animarnos a hacerlo posible más allá de los ‘comentarios no solicitados’ de los demás.
¿Por qué no hacer lo que sentimos? ¿Acaso no podemos atrevernos a ser nosotros mismos?
Tenemos la tarea pendiente de ser consecuentes con lo que pensamos, con lo que decimos y con lo que hacemos. Nos corresponde tomar nuestras propias decisiones, sin las influencias o recomendaciones ajenas.
Ni a usted ni a mí nos obligan a vivir vidas ajenas. Si tenemos poder de decisión y si somos conscientes del paso que vamos a dar, debemos avanzar.
¿Y si alguien no está de acuerdo?
Pues debemos respetar ese punto de vista, pero no estamos obligados a compartirlo.
No podemos seguir actuando según los criterios de todo el que se entromete en nuestra vida. Los ruidos de las formas de pensar de ‘los otros’ tienen el poder contaminante de apagar nuestras decisiones.
No podemos pretender ser aquello que no somos, ni callar por siempre nuestra forma de pensar o nuestros anhelos, solo por no lastimar a ‘x’ o ‘y’ individuo.
Nuestro equilibrio personal es lo primordial. Démonos la oportunidad de hacernos respetar o, al menos, esforcémonos por complacer más a nuestras voces interiores que a las de los demás.
Lo anterior implica aceptarnos, resaltando nuestras virtudes y, por supuesto, corrigiendo las cosas en las que fallamos.
¡Dios lo bendiga!