Bucaramanga
Para ser un hombre de fe no necesita ‘negar la vida’
Jamás he creído que ser espiritual nos obligue a una expulsión de todo lo que los demás tildan de ‘mundano’.
Practicar una fe no significa apartarse de la vida. Incluso, para encontrar a Dios no es preciso alejarse a las montañas o vivir como un monje tibetano; solo basta con abrir el corazón y vivir.
Si bien se debe tender siempre a la sencillez, uno no se puede privar de las buenas cosas que nos rodean, ni mucho menos dejar de disfrutar las maravillas que Dios nos ha regalado.
¿Quién dijo que vivir sea un pecado?
Estas ‘medidas mentales’ de querer negarse el derecho a ser feliz o cualquier otro pensamiento radical de los creyentes, ni pueden ser absolutos ni obligatorios como si se tratara de una ley para la conciencia que se ha alzado por encima del deseo.
La transparencia, el actuar con libertad y responsabilidad son las bases para vivir una auténtica espiritualidad.
Después de un día de trabajo o de relacionarnos con los demás e incluso más allá de los placeres, queda la soledad entre dos: usted y Dios.
Es una relación en la que brotan experiencias como la reflexión, el agradecimiento por lo vivido, la valoración y el respeto por cada decisión que se haya tomado.
También se tiene derecho a callar cuando se crea prudente. Lo digo porque no se deben decir todas nuestras verdades del corazón, ya que existen ciertas realidades interiores que solo a nosotros nos competen. Eso es lo que yo defino como el principio de la individualidad y de la intimidad.
Entregarse a Dios no significa que no tengamos derecho a amar, a equivocarnos, a divertirnos o a querer tener una vida libre.
Veo por ahí a muchas personas que van, puerta a puerta, pretendiendo inyectarles a los demás sus credos y sus formas de concebir el mundo.
Algunos quieren imponer sus puntos de vista, sin siquiera tener en cuenta lo que otros sienten.
A veces las creencias de los fanáticos religiosos enceguecen y, de alguna forma, distorsionan su fe y filtran lo que les conviene. Tal ‘filtraje’ hace que la gente olvide el contexto y se niegue a vivir.
Debido a la necesidad compulsiva de defender sus credos, estas personas de un modo paranoico comienzan a odiar a todo aquello que, según ellas, atente contra la fe.
Tal vez necesitan desarrollar sus facultades y sus puntos de vista sobre sus creencias espirituales, de tal forma que sus palabras se vuelvan amables y tolerantes.
Esta es una invitación a vivir y a respetar los credos y pensamientos de los demás.
Usted y yo tenemos la libertad de ser, de obrar, de pensar, de amar y de creer en lo que nuestro interior anhela tener. Y todo eso lo hace cada uno sin perder la identidad, ni mucho menos queriendo obligar al otro a pensar de determinada manera.
Dicho de otra forma: una rígida unificación, por muy indispensable que parezca para la organización de las cosas de la mente, no debe ser el eje de una vida espiritual.
La fe adquiere sentido es por la verdad que ella exponga y, aunque ayude a la persona a adquirir un estilo de vida propio, eso no implica que la gente tenga que darle la espalda a la realidad.