Si hay algo que admiro de una persona es esa fuerza que la impulsa a continuar con empeño hacia algo que quiera conseguir.
Cuando conozco gente así aplaudo las ganas que le imprime a todo. Sé que nada más por su tenacidad, esa persona merece recibir las bendiciones del cielo.
Hablo de ello porque, en medio de la sonada crisis que tanto argumentamos, nos hemos acostumbrado a resignarnos.
Pensamos tanto en los condicionamientos que, de manera literal, nos resulta imposible emprender proyecto alguno.
Hay quienes caen en peligrosos estados de inercia y se estancan o simplemente no son capaces de progresar. Tal vez sea porque se dejan embadurnar de ese miedo que les impide moverse.
Ellos y en general todos nosotros debemos entender que las cosas no andan como las deseamos por nuestra falta de tenacidad y de constancia.
Sin desconocer el panorama actual que nos rodea, si miramos las cosas bien y las analizamos con objetividad comprenderemos que somos los verdaderos artífices de las situaciones que vivimos.
Es probable que no estemos concentrados o que no le hayamos puesto la suficiente atención a nuestra vida.
Solemos descuidar aspectos fundamentales como la perseverancia, la fuerza de voluntad y la dedicación. Luego, cuando algo no sale bien, terminamos echándole la culpa a la citada crisis.
En ocasiones decimos que no hacemos ‘esto’ o ‘aquello’ porque no tenemos los medios, ya sea por tiempo o dinero.
No podemos dejarnos vencer por la pereza ni desfallecer ante el primer obstáculo.
¡Se vale soñar! Recalco que los aspectos importantes de nuestra vida se definen por lo que hagamos con tenacidad y constancia.
Esto no es un asunto de suerte, tampoco es culpa de los eventuales golpes que la vida nos da. Es preciso trabajar de con valor y no esperar cosas ilusas que jamás habrán de llegar.
Debemos apropiarnos de la fuerza interior que tenemos y descubrir que solo mirando hacia el frente podemos divisar eso que tanto hemos anhelado.
Maduremos y dejemos de buscar excusas para no crecer. Es hora de asumir nuestras responsabilidades y comprometernos con nosotros mismos, al menos para cambiar esa fea costumbre de quejarnos por todo.
No sabemos de lo que somos capaces hasta que lo intentamos. Los sueños no se nos cumplen quedándonos sentados o con las manos cruzadas.