¡A pulir el diamante que lleva en su interior!
Dicen que un diamante representa la energía pura y que él irradia su luz de una forma excepcional. Incluso tiene tan desarrollado ese poder que jamás deja de brillar así el diamante esté roto, quebrado o astillado.
Quienes han estudiado las propiedades de este mineral sostienen que él eleva toda la energía física a un nivel superior. Por eso, la figura del diamante simboliza la voluntad, la perfección, la rectitud y la firmeza.
Aunque esta página no es esotérica ni aspira a serlo alguna vez, muchos afirman que es sano llevar al lado este tipo de cristal de cuarzo.
Hago esta referencia porque todos los seres humanos realmente tenemos nuestro propio brillo.
Ese diamante que poseemos, al igual que la piedra preciosa, puede llegar a ser tan resistente que es capaz de sobreponerse a la adversidad.
El diamante del que hablo no está afuera. Esa belleza interior se detecta en el corazón de aquella persona que es capaz de amar la vida.
Por eso, si usted quiere tener su propio brillo no necesita de luces ajenas, solo debe conectarse con su alma.
Cada quien debe aprender que puede crecer por dentro, sin necesidad de depender ni de apagar a los demás para conseguir su bienestar.
Porque usted, y nadie más que usted, es quien sabe qué es lo que le pasa y lo que es capaz de hacer.
Debe hablar con usted mismo, desahogarse y rebajar la tensión emocional que le producen sus problemas, entre otras cosas, para ser más resistente.
Muchos que han fracasado reconocieron que lograron superar la adversidad gracias a la conversación que sostuvieron con sus voces interiores.
Hablar con uno mismo es útil para pensar mejor y tomar decisiones trascendentales, porque le permite pulir ese diamante que lleva en su alma.
Podrá engañar a todo el mundo, menos a Dios y a usted mismo. En ese orden de ideas, cada vez que decide entablar su propia charla, finalmente el mensaje que se emite es solo la revelación transparente de lo que hay en su corazón.
No se trata de que cuando hable con usted se la pase dándose duro, reprochándose o lastimando por aquello que hizo o dejó de hacer. Mucho menos tiene derecho a quejarse por todo y asumir el rol del ‘pobrecito yo’.
Recuerde que usted es lo que piensa o, para el caso de esta página, usted es lo que habla con usted mismo.
Recuerde que las palabras dejan huella, tienen poder e influyen de una manera sana o errada. Ellas curan o hieren, animan o desmotivan, reconcilian o enfrentan, iluminan o ensombrecen y dan vida o dan muerte.
Le corresponde hablar de cosas que sean verdaderamente honestas, precisas, amables y que, incluso, sean dignas de ser escuchadas después por los demás.
Cuando les imprime palabras a los sentimientos logra expresarse con sus semejantes y consigue esas cosas buenas que tanto anhela.
En síntesis, mientras esté vivo, tiene la energía para cambiar o para pulir su alma y, en consecuencia, puede brillar más.