“Ya me invadieron toda la cosecha, al cafetal se lo come la broca, el machete es pa´cortar la leña, ay pare la violencia, perro sin vergüenza. Deje al campesino coger los platanitos que la mazamorra es pa´ los hermanitos. ¿Qué pasa en el campo que acecha la violencia y los desplazados vienen sin residencia?...¿Quién es el que lucha por el pueblo y mata con la hoja de coca la tierra sagrada...Suda que suda la gota el obrero, me invadieron mi cosecha yo me quito mi sombrero pa´ pelear por esta tierra, porque nos quieren cocaleros...cafeína, eso me da trabajo yo no quiero cocaína, es la plaga de América Latina y un traqueto yanqui desde su oficina...”. Esta cumbia se escuchó de tanto en tanto en las calles de Barcelona, Burdeos y París con acordes de guitarra y una armónica hace algunos años.
Hoy, la melodía , que tiene por nombre La Broca, suena en bares, festivales, eventos y fiestas en la capital de Francia en la voz de un arquitecto sangileño.
A ritmo de música tradicional colombiana, como cumbias y vallenatos, de su autoría o de artistas como Totó la Momposina, Los Corraleros de Majagual y Diomedes Díaz, Óscar Pinzón Villar pone a bailar a París.
Empezó tocando y cantando en las calles y el metro de Barcelona, hace más de 15 años, y poco a poco fue conquistando al público europeo con sonidos alternativos, pero cargados de raíces tradicionales. Muchas de las canciones de su autoría hablan de revolución, justicia y realidad, pero también exaltan lo mejor de ser colombiano. Como en Florkolor Café: “Tengo una cabaña de tapia, bahareque y guadua, un farolito en el jardín y una mata de amapola…amarillas tierras de caciques y chamanes, como el sol en el cañón vuela el cóndor en su pecho, fermenta el guarapo y tócame la gaita…voy cazando aromas de panela y ron… vengo e’ la provincia en chiva pa’ mi pueblo con fique, aguardiente, tabaco y café”, se oye en ritmos caribeños.
Preguntas y respuestas
¿Por qué hacer música fuera de Colombia?
Era algo que yo siempre había querido explorar, la experiencia musical fuera. Siempre creí que encontrar personas y músicos de otras partes hace que uno sienta la música propia, más propia aún. Yo quería hacer algo así como música viajera, que me permitiera llevar mis raíces a otro lado, para que se fortalecieran más y al mismo tiempo untarme de otras.
¿Cómo empezó a hacer esa “música viajera”?
En Barcelona, allí llegue primero y empecé. Siempre quise conocer esa ciudad, porque yo soy arquitecto y me llamaba la atención el diseño de las edificaciones, pero también quería hacer música y entonces empecé a tocar en la calle, en bares, en el metro de Barcelona. Solo, con mi guitarra nada más. Componía y cantaba canciones, pero era sobre todo pop, rock, cosas más alternativas.
¿Cuándo empieza entonces con la cumbia y el vallenato?
Cuando me fui a Burdeos, en Francia, cuidaba y le hacía comida a una señora paralítica y ganaba algo mientras aprendía el idioma. En el curso de francés conocí a un mexicano que hacía música y entonces decidimos arriesgarnos juntos. Empezamos a tocar en las calles y me di cuenta que me iba mejor que cuidando a la señora. En eso me entró la nostalgia por la tierra y le dije a él que quería intentar tocar ritmos tradicionales como cumbia y vallenato. Y así lo hice. En general tocábamos de todo, pero yo era el que empujaba hacia lo que me recordaba las raíces. Yo tenía el repertorio colombiano, el de las cumbias, canciones de Los Corraleros de Majagual, vallenatos, porque yo sentía que necesitaba hacerlo.
¿Y cómo fue la respuesta de la gente?
Bueno, la calle es una escuela, ¿sabes?, donde no solo aprendes sino enseñas. El público de la calle es el más difícil, pero si le muestras algo nuevo y le enseñas a escucharlo, lo conquistas. Cuando logras eso con ese público, ya luego ningún escenario te va a comer vivo. Tocar en la calle no es fácil, se requiere de mucho coraje e innovación. Al principio fue difícil, pero con ciertas estrategias lo logramos.
Estrategias, ¿cómo cuáles?
Como captar la atención con algo que le es familiar a ellos, pero al mismo tiempo interpretar algo distinto. En la calle, al principio, tocaba cumbia y vallenato solo con guitarra, porque un acordeón en este país es imposible. Luego, decidí agregar una armónica, porque me di cuenta que para ellos es familiar su sonido y me permitía acercarme más. Entonces cantaba en español, tal cual se hace en Colombia, con el acento que caracteriza los ritmos, pero suavizaba con la armónica. Además mezclaba las cumbias y los vallenatos con música más alternativa. Así he podido llegar hasta donde estoy.
¿A ser reconocido?
Sí. Con los grupos ya nos hemos hecho un nombre, no te voy a decir que somos famosos, pero, por ejemplo, acá en París hemos logrado que nos reconozcan. Poco a poco en los bares, en la calle, uno se va construyendo un nombre. He logrado tocar en festivales y lugares importantes, sobre todo este año que pasó.
¿En esos eventos solo tocan música tradicional colombiana?
No, eso depende. En este momento yo toco y canto en dos grupos, Raspafly y Tukano. El primero es colombo-peruano, interpretamos cumbias y vallenatos, música de la Costa Caribe, como por ejemplo El Pescador y Curura, de Totó La Momposina; los clásicos de Diomedes Díaz y Alfredo Gutiérrez . A veces unos temas míos, los más populares, como Revolución, Color Café y La Broca.
Con Tukano, la gran mayoría son composiciones mías y es más variado. Interpretamos funk, reggae, ska y también cumbias. Con los dos proyectos hemos sido invitados a tocar en bares, eventos, festivales, unievrsidades. Cuando quieren fiesta y bailar, piden a Raspafly, cuando es algo más relajado va Tukano. Ha sido impresionante, los franceses nos llaman seguido.
¿Como es la respuesta frente a canciones de su autoría como La Broca o Florkolor Café, que hacen referencia a Colombia y a Santander específicamente?
Muy buena, creo que han servido sobre todo para crear otro concepto de los que somos o explicar lo que hay detrás de nuestra violencia. No somos solo narcotráfico o guerrilla, pero sí hay un contexto detrás que es el que hay que mostrar para que los estereotipos no sigan creciendo.
¿No ha pensado hacer lo mismo en Colombia?
En un tiempo pensé volver, no por la música, sino porque no es fácil salir de un país y migrar a otro, empezar de cero. Tuve momentos en los que me quise devolver, pero pudieron más los sueños. Decidí quedarme, porque quería conocer otro mundo y aquí hay infinidad de culturas. Me quedé para mostrar lo de Colombia, pero también para hacer la música que he aprendido de la calle.
No creo que vaya a hacer música allá, o no por ahora. Me vine de Colombia para probar suerte como embajador de la música de allá y realmente me ha ido mejor. Lastimosamente en nuestro país piensan que lo de afuera es mejor y por eso hay desperdicio de talento. La verdadera música está prostituida y eso se debe a la falta de oportunidad. Los músicos se aburren de hacer la música que representa su raíz porque no les da dinero, entonces empiezan a hacer música que no les gusta, pero sí los lucra. Yo intenté mostrar hace algún tiempo el trabajo con Tukano en Colombia, sonamos un par de veces, pero como no teníamos el dinero para darnos a conocer no funcionó.
¿Y en París eso es más fácil?
Lo de grabar y producir es igual de díficil y costoso, se necesita mánager y patrocinadores que no estamos en condiciones de pagar todavía. Pero sí hay una diferencia y es que acá el público es y ha sido más agradecido y eso impulsa.
¿Qué viene para usted?
Seguir tocando, donde sea y con todas las ganas. Quiero grabar otro disco, con todo lo que tengo guaradado. El primero fue producción independiente, todo muy artesanal, grabado en la calle, en casas de amigos, porque necesitaba grabar para sentirme bien. Este segundo lo quiero porque necesito agrupar todo lo que tengo por ahí, todo lo que he compuesto en este tiempo. Ahora estoy trabajando como arquitecto en una empresa y eso me ha dado estabilidad económica, pero me ha quitado tiempo para la música, entonces vamos a ver cómo logro grabar y luego de eso, ya tocaré otras puertas hasta lograr ser reconocido más como compositor que como cantante.