Querida Señora Bucaramanga,

En este cumpleaños tengo que empezar esta misiva con una confesión. Cuando adolescente, intenté escapar de usted, irme de su lado. No le puedo negar que a veces pienso que vivir en Bucaramanga es como vivir con la tía soltera: aburrida, pero segura.

Cuando era niña, lo más atractivo de Bucaramanga era el Centro, donde todo el mundo se movía en busca de cosas para cocer, para crear. A medida que me hice adolescente y los parques San Pío y Las Palmas se hicieron más repetitivos que una película para televisión: los mismos hippies, los mismos intelectuales, los mismos estudiantes y el cuentero.

Pero comprenderá que en esta época poco se valora lo que hoy muchos coinciden en afirmar: es un buen vividero. En sus calles, en sus parques, en sus diciembres, uno la pasa chévere, encuentra un lugar seguro.

Tengo que decirle, sin embargo, que he visto cómo la han maltratado muchos de sus alcaldes y es por eso que para sus próximos cumpleaños quiero desearle que le escojamos una administración que la ayude a crecer y no la desvanezca en el intento.

Ya que estamos siendo sinceros, tengo que confesarle que a veces se me parece a un pequeño Miami, lleno de centros comerciales.

Pero la verdad sea dicha, cuando uno se va se le extraña. Uno también se cansa del amante sexy, pero complicado y quiere volver al amor que no es perfecto, pero es tranquilo, la casa conocida. Con el que sale a tomarse un café y a charlar sin gastar tanta plata.

El amor hacia usted es así, señora Bucaramanga: es querer su clima bipolar, sus planes de ver la gente pasar y lo cerquita que queda todo.

PAOLA ESTEBAN
besteban@vanguardia.com