BUCARAMANGA
¿Qué pasó con autores del robo del siglo en Bucaramanga?
Juanito Cabrera apareció degollado en el baño de las instalaciones de la Sijín en Bucaramanga. La lata de una crema dental se convirtió en la prueba reina de un suicidio. Con su filo habría cortado las muñecas y el cuello hasta causarse la muerte. Murió desangrado antes de llegar al Hospital González Valencia.
Cabrera estaba capturado preventivamente. Minutos antes de su muerte, el jueves 2 de julio de 1998, el garitero pidió a un patrullero que lo dejara ir al inodoro y este lo acompañó. Al rato Cabrera salió convulsionando por las heridas que, supuestamente, él se causó. Su suicidio ocurrió precisamente luego de haber dado su declaración sobre el escandaloso y millonario robo a la transportadora de valores Brinks en Bucaramanga.
La banda que lo orquestó logró violar la seguridad y acceder a la bóveda de la transportadora, uno de los lugares más custodiados y con mayor vigilancia tecnológica en la ciudad.
Tres días antes del supuesto suicidio de Cabrera, durante la noche del 29 y la madrugada del 30 de junio, el jefe de sicarios ‘Pedro Blanco’, encrudeció los castigos y amenazas en contra de los topos que conformaban el ejército de hombres que desde 1997 venían extrayendo tierra para construir un túnel que llegara exactamente bajo la bóveda de la Brinks. Esa ‘vuelta’ tenía que hacerse ese puente festivo, pues esa semana sería trasladado el dinero. Los topos trabajaron a marcha forzada.
A las 2:30 a.m., los topos ingresaron a la bóveda. Una cámara captó cuando se levantó la primera baldosa. El video se corta cuando la cámara es apagada. A las 5:00 de la mañana de ese lunes, el trabajo ya estaba concluido con la novedad de que no estaban completos los $13.000 millones de los que le había hablado Humberto Serrano Durán, la mente detrás del robo, a su socio: una banda criminal paisa que financió ‘el proyecto’. Aún así se repartió el botín. Media hora después, salieron en un furgón Serrano Durán, ‘Pedro Blanco’, el conductor y alias ‘El tatuado’, encargado de escoltar el dinero hasta que llegara a manos de La Terraza, como se denominaba la banda criminal patrocinadora del robo.
La Policía ofrecía $200 millones de recompensa por el paradero de los sofisticados ladrones. Las autoridades contaban con un par de huellas dactilares halladas en platos, vasos y cubiertos; la declaración de un hombre muerto; 42 sospechosos y un nombre: El Encanto.
En 2001, Medicina Legal determinó que la muerte del vigilante de 28 años no fue un suicidio sino un asesinato. Sin embargo, el único capturado por su crímen fue dejado en libertad. El homicidio de Juanito Cabrera fue la primera muerte que cobró la ambición de un grupo de hombres, quienes fraguaron el que es conocido como el robo de la historia en Bucaramanga.
‘El proyecto’
En 1994, Serrano, descrito como un contrabandista de bajo talante, empezó un camino sin retorno guiado por una obsesión que controlaba su vida y en la que gastaba gran parte de su tiempo. Todos los días pasaba por el frente de la sede de la transportadora Brinks, vigilaba sigilosamente y de cerca a su objetivo, prometiéndose así mismo volverse rico.
Teniendo claro que el robo no era de poca monta, sabía que debía ser perfecto. Para conseguir el plan perfecto recurrió a todo tipo de manipulaciones y engaños para calcular el más pequeño factor técnico, como los planos de la Brinks, de la bóveda y de las cámaras de seguridad. Incluso, lograr quedarse, posiblemente, con $5.000 millones en sus bolsillos. William Fuentes Durán, quien acababa de ser retirado de la Brinks, habría proporcionado material de trabajo a Serrano, según los primeros indicios de la Policía.
El ‘proyecto’ de Serrano estuvo paralizado por dos años. Como todo emprendimiento, la primera barrera fue el capital de inversión. No había patrocinadores. Pero eso cambió cuando Serrano se contactó con Héctor Oviedo o Raúl Osorio, alias ‘El burro’. Este hombre habría enlazado a Serrano con Elkin Mena Sánchez, el máximo cabecilla la banda delincuencial del territorio antioqueño La Terraza, quien se convirtió en el principal financiador de la meta del contrabandista.
A mediados de 1997, Serrano viajó a Medellín y soportó su plan ante el temido criminal, a quien le habló de una suma de $13.000 millones, que estaría en la ‘bóveda de la Brinks. Sellaron el pacto y Mena entregó el monto de la “inversión”. El aporte de los paisas fue de $200 millones. Serrano se devolvió a
Bucaramanga acompañado de Orlando de Jesús Urrego Cossio y Martha Irley Jaramillo Tabares, fichas de confianza de Mena Sánchez.
En junio de 1997, la banda ya estaba organizada y conformada por profesionales y obreros rasos o topos, los cuales excavaron la tierra e hicieron el camino subterráneo. El cuñado de Serrano, Édgar Muñoz Quiñonez, fue el topógrafo del túnel. Luis Alberto Velásquez fue apodado ‘El ingeniero’ por ser el arquitecto de la ‘obra’. Jorge Peña, alias ‘El coqui’, participó como jefe de excavaciones del túnel, un hombre de la entera confianza de Serrano.
’El Encanto’
Los enviados de Medellín se encargaron de armar toda la fachada correspondiente para que nadie sospechara del plan. La banda se hizo a la maña de comprar una casa esquinera a pocos metros de la sede de la Brinks. Orlando de Jesús Urrego Cossio pasó a llamarse Jairo Garcés Acevedo y figuraba como dueño del predio. Según escritura pública, Garcés Acevedo lo había comprado el 10 de julio de 1997. Mientras que Martha Irley Jaramillo Tabares robó la identidad de Liliana Castro, hija de la administradora de un hotel donde su compañero paisa se hospedó por varios meses. Con sus dos nuevas identidades, Liliana y Jairo montaron en el lugar un negocio de venta de lubricantes: ‘El Encanto’.
Fue desde ‘El Encanto’ donde empezó a construirse la primera boca del túnel de 80 metros de largo, con un ancho de un metro por 1.40 de alto; que pasó por debajo de un almacén de vidrios, un taller electrónico, una tienda, una carpintería y dos viviendas. Se necesitaron 51 volquetas para sacar arena, las cuales evacuaban el material de un área diminuta en donde, se suponía, estaban los cárcamos que recibían litros de aceite quemado.
El costo del botín
Pero aunque para algunos la estafa del siglo fue “perfecta”, con el paso del tiempo empezó a perder su perfección, En pocos meses, los topos empezaron a caer. El miedo y la desgracia se apoderaron de otros. Incluso hubo quienes no participaron directamente en el hurto, pero se convirtieron en bajas colaterales.
Debido a las declaraciones del difunto vigilante, Juanito Cabrera, la policía capturó a William Fuentes Durán, exempleado de la Transportadora y padre de tres pequeños. El 15 de diciembre de 1998, Yolanda Ortiz, de 33 años, empleada de una caja de compensación, se lanzó del edificio de la Cámara de Comercio de Bucaramanga, en la calle 36 con carrera 19. La aturdida mujer venía recibiendo tratamiento siquiátrico. Pero ese día Yolanda Ortiz decidió terminar con el profundo dolor que le causaba tener en un calabozo a su esposo, William Fuentes Durán. Él salió libre un mes después del suicidio de su esposa.
En agosto se produjeron las primeras capturas: Martha Irley Jaramillo ‘Liliana Castro’ y Jhon Alexander Castañeda, alias ‘El caminante’. Se acogieron a sentencia anticipada. Ambos hablaron. Y el panorama de la Policía pasó de 42 personas a 18 participantes del hurto. Con las primeras capturas y delatados los principales cabecillas, la banda La Terraza, engañada por Serrano y aún sin recuperar su inversión, comenzó una cacería. El primer baleado fue Héctor Oviedo o Raúl Osorio, el hombre que sirvió de puente entre Serrano y los financiadores. Oviedo fue asesinado en Medellín.
En septiembre continuaron las capturas. Esta vez cayó ‘El arquitecto’, el cuñado y topógrafo del túnel, además del jefe de sicarios, ‘Pedro Blanco’, el mismo que salió, acompañado de Serrano, en la madrugada del hurto a entregar la parte del botín que le correspondía a La Terraza. En total sólo fueron siete personas procesadas y condenadas a penas entre los seis y siete años, quienes debieron pagar solidariamente los $10.141 millones que entre 18 se robaron de la bóveda de la Brinks. Al final, la Policía solo pudo recuperar $200 millones, y nadie da razón de Serrano, ni vivo ni muerto.
El último en ser procesado fue Hugo Jerez, ‘El Calvo’. El hombre, temeroso de correr con la misma suerte de su primo Jorge Peña Jerez, alias ‘El coqui’, se entregó a las autoridades. ‘El coqui’ fue sacado por hombres encapuchados de la finca ‘El limoncito’, en Sabana de Torres, el 20 de octubre 1998. Su cadáver fue encontrado al día siguiente al borde del camino que conduce a la vereda El Aburrido, en Bucaramanga.
Su primo confesó que Jorge Peña, alias ‘El coqui’, quien fue el jefe de excavación del túnel y Humberto Serrano tenían un acuerdo. Su primo había enterrado los $5.000 millones restantes luego de la repartición del botín esa madrugada del 30 de junio, la parte que le correspondería a Serrano por idear el plan perfecto y poner a ganar a otros.
Sin embargo, es un misterio si Jorge Peña, ‘El coqui’, se fue con ese secreto a la tumba o dio el paradero de la mitad del botín a sus captores, tratando de conseguir piedad. O quizás, Humberto Serrano nunca enterró su parte. Lo último que se supo de él fue que salió de ‘El Encanto’ en el furgón, junto al conductor y el jefe de sicarios, ambos capturados, Hoy ya deben estar en libertad. Tal vez esté muerto.
O puede ser que finalmente este comerciante de baja escala en el mercado negro del contrabando haya podido engañar a la banca criminal de la delincuencia organizada del país y realmente haya planeado con detallada argucia un gran golpe y hoy está aún disfrutando de los millones del llamado “robo del siglo” en Bucaramanga.