Feliz por siempre
A su mente llegaron los recuerdos desde su infancia, como las gotas de lluvia que oía caer; su sonido era diferente, pero melodioso; se sintió arrullada de nuevo en el regazo de su madre ¡Qué sensación tan deliciosa, sentir de nuevo el calor y el amor como cuando era una bebé! Sonreía, y esa sonrisa iluminaba su rostro pálido de una manera singular.
Evocó los días de su niñez; sus primeros pasos y su primera palabra, como la de casi todos los niños: mamá. Luego recordó algunos amiguitos de su infancia; hacía tantos años que no los recordaba; pero ahora sentía como si estuviera jugando con ellos. Recordó sus nombres, sus sonrisas y sus travesuras.
Recordó a su primera profesora, aquella que dulcemente le enseñó las primeras letras. Qué días tan bellos aquellos en que con ansia quería aprender todo, saber el porqué de cada cosa que veía y el significado de cada palabra nueva que aprendía.
Ahora se veía vestida de blanco. Claro que sí; era el día de su primera comunión, lo había olvidado por completo, pues nunca vio fotografías de ese acontecimiento especial, porque según sus padres no hubo dinero para contratar el fotógrafo… Pero, aún así, remembró a sus hermanos y demás familiares durante un almuerzo que ofrecieron sus padres y la alegría ante los obsequios recibidos.
Años de recuerdos desfilaron ante ella. Algunos de esos recuerdos no eran tan gratos, pero no sentía nostalgia ni tristeza. A pesar de que evocó aquella época en que estuvo enferma y fue dejada en el hospital, tuvo que quedarse sola, pues en aquella época no permitían a familiares como acompañantes. El rostro de la madre se veía desolado, y oyó cuando la enfermera le dijo que volviera el domingo, cuando fuera día de visita. Aquel primer hijo que murió un mes después de nacido, el dolor más grande experimentado, aunque también hubo otros que se fueron al cielo sin siquiera haber visto la luz del día. También vino a su memoria la muerte de dos de sus hermanos: uno en un accidente y otro después de una penosa enfermedad. La muerte de los padres, y aquel dolor inmenso que sintió ante la muerte de su aún joven y amado esposo; años después, su hermana también partió hacia la eternidad, pero aún le quedaba un hermano menor, que vivía en otra ciudad. Pero sus ojos ya no derramaron llanto con estos momentos de nostalgia.
Ahora se veía vestida de blanco nuevamente, pero ya no era una niña; era una joven mujer muy hermosa; era el día de su boda. Percibió el aroma de las rosas y las azucenas, y allí ante el altar estaba el hombre amado esperándola con una sonrisa que reflejaba la felicidad y el amor que sentía por ella.
¡Qué hermosos recuerdos!
Sintió una suave brisa, que luego la hizo recordar el nacimiento de cada uno de sus hijos y la felicidad que la embargaba cuando los sentía entre sus brazos. Su memoria le trajo los momentos compartidos con cada uno de ellos: sus días llenos de ilusión, amor y dulce espera, su crianza, el primer día de colegio, luego su graduación como bachilleres y luego como profesionales universitarios.
Y así seguían llegando una a una las remembranzas de las bodas de sus hijos y el acontecimiento que la hizo tan feliz: el nacimiento de su primer nieto. Pasado algún tiempo, nacieron otros nietos, y a todos los amó intensamente, y se sintió sorprendida cuando una de sus nietas la hizo bisabuela; era una experiencia nueva, pero también la llenó de dicha y gozo.
Rememoró su cumpleaños anterior, la Navidad y el año nuevo. Como siempre, estaban allí sus hijos y sus hijas con sus respectivos cónyuges, y los hijos de sus hijos; algunos vivían en otras ciudades y otros cerca de ella. Uno de ellos tomó una fotografía del grupo familiar; aunque no le gustaba ser fotografiada, por ser aquella una ocasión especial accedió. Luego vino el brindis y la cena, como antecesores del suculento almuerzo preparado entre todos. Bromas, risas, promesas y metas fijadas para realizar.
De repente sintió que su cuerpo era como una pluma entre el batir de unas alas. Oyó una música nunca antes oída, y pensó: “Así debe de ser la música celestial”. Sintió una luz intensa aún con sus ojos cerrados que la abrazaba suavemente, y una dulce voz que repetía su nombre. ¡Qué sensación tan extraordinaria; nunca en su larga vida la había sentido! Y pensó que quería quedarse ahí para siempre.
Luego sintió que la voz se acercaba a ella, y lentamente abrió sus ojos y vio un ser inimaginablemente bello, que sonriente le extendía su mano derecha, y a su alrededor había un sinnúmero de ángeles, vestidos de un resplandor infinito, pero no tan brillante como la de aquella figura divina que repetía su nombre. En ese momento supo que era Jesús, y comprendió que se encontraba en otro plano diferente del terrenal. Supo que era un plano espiritual, y mientras el llanto y los sollozos de sus seres queridos se confundían con palabras de agradecimiento por el tiempo compartido a su lado, su mano se aferró firmemente a aquella mano que se extendía ante ella, y a pesar de que sintió la gran estela de tristeza que dejaba con su partida, se sintió plenamente feliz, y no pudo resistirse a aquella voz que la invitaba a seguirlo.