Dios no existe
Desde que Stephen Hawking, el astrofísico británico dijera que la gran explosión inicial del universo, fue “consecuencia inevitable” de las leyes de la física y que el cosmos “se creó de la nada” –sin intervención de la mano divina-, curas, obispos y hasta el Papa le cayeron encima. Benedicto XVI salió a denunciar la existencia de una corriente laica que pretende eliminar a Dios y dijo que “la experiencia enseña que un mundo sin Dios es un infierno en el que prevalecen los egoísmos, las divisiones en las familias, el odio entre las personas y los pueblos, la falta de amor, de alegría y de esperanza”.
Con estas palabras Benedicto, quizás, quiere reafirmar los valores que enseña la Biblia en Lucas 14:26: Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. También, tratándose de egoísmos, de igualdad, nos recuerda la lección de Timoteo 2:12: Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. ¡Pobres familias, pobres mujeres, si a estas alturas del partido siguen aceptando tan obtuso reglamento!
Einstein se le adelantó a Hawking cuando dijo: “No puedo imaginarme a un dios que premia y castiga a los objetos de su creación, cuyos propósitos han sido modelados bajo el suyo propio; un dios que es el reflejo de la debilidad humana. Tampoco creo que el individuo sobreviva a la muerte de su cuerpo: esos son pensamientos de miedo o egoísmo de lo más ridículo”. En realidad, ya era hora de que la ciencia diera un paso importante para que el hombre deje la pereza mental y se ponga a pensar en lugar de creer; para que deje de mentirse a sí mismo, en tantas desgracias como le ocurren, diciendo frases como “Dios sabe cómo hace sus cosas” o “Dios proveerá”.
Es hora de madurar, de razonar, de dejar de vivir arrodillados y sujetos a espantos que subyugan la capacidad del hombre de crear, disentir, a reclamar lo justo, a ser feliz. No en vano Napoleón Bonaparte dijo que la religión era la triste razón por la cual los pobres no mataban a los ricos y el Marqués de Sade se fue a la tumba señalando que “la idea de dios es el único error por el cual no puedo perdonar a la humanidad”. Hasta la próxima… si dios quiere.