El general en su laberinto
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En diciembre de 2006 al ascender al general Montoya al Comando del Ejército el Congreso justificó su decisión no solo con base en su “capacidad militar” sino en su “don de gentes” y en su “interés de trabajar de cerca con la comunidad”. En esos tiempos nadie se atrevía a cuestionar el prestigio del general que jugó un papel destacado en las operaciones Fénix y Jaque.
Pero dos años después, el sacudón de los “falsos positivos” puso fin a su carrera. Los miles de asesinatos extrajudiciales de jóvenes presentados como guerrilleros tienen como telón de fondo el rol de los militares en la contrainsurgencia y se desbordaron en los tiempos de la Seguridad Democrática en virtud de la presión por resultados y de las millonarias recompensas que pagó el Ministerio de Defensa en virtud de directiva 29 de 2005.
De ahí que haya batallones y brigadas de todo el país comprometidos en estos crímenes de lesa humanidad y que el general Montoya no sea el único que deambula en el laberinto de la justicia nacional e internacional, pues también están salpicados miles de uniformados de distintos rangos, entre ellos 28 altos oficiales como el también excomandante del Ejército general Óscar González. Varios de ellos como el coronel Hernán Mejía, el del libro con prólogo de Plinio Apuleyo, han pedido pista en la JEP y recibido sus beneficios.
Lo anterior nos conduce a una paradoja: Si el uribismo, que se jacta de defender a los militares, tiene éxito en su cruzada contra la JEP los dejará a merced de la CPI que los investiga desde 2012. Por eso, mantengo la esperanza de que Montoya y compañía tengan las agallas de contar lo que saben; salvar el honor de su institución; permitir que la justicia alcance a los máximos responsables y que la sociedad se reconcilie conociendo la verdad de nuestro conflicto. Al final, la paz es la máxima victoria de cualquier soldado.