Los maestros toderos
Leyendo por curiosidad la crónica sobre la nueva tendencia de desempeñar dos o más trabajos a la vez como una nueva forma de alcanzar la plena realización personal conocida como Slashing, recordé con satisfacción a los tradicionales maestros de pueblo que conocí en mi juventud tanto en Charalá como en el Socorro, a quienes siempre se recurría cuando había un pequeño percance familiar, con la seguridad de que le encontraban alguna solución así fuera provisional mientras se hacía un trabajo bien elaborado.
Generalmente se conocían como maestros en las profesiones más definidas como la carpintería, la talabartería, la zapatería, la sastrería, peluquería y la herrería, pero al final su pericia era tanta que podían salir bien librados de cualquier compromiso. Su formación técnica y académica en la mayoría de los casos se había originado en la escuela de Artes y Oficios que se inició en esta región en 1888 y a donde concurrían los jóvenes de escasos recursos a aprender un arte que les permitiera ganarse la vida honradamente. Su versatilidad laboral tenía fundamento por cuanto antes de graduarse en una disciplina en particular los alumnos debían pasar por todos los talleres para aprender los fundamentos técnicos de cada uno de los oficios. Por esta razón tan sencilla estos maestros de pueblo eran una solución confiable en todos los casos y contribuyeron de manera generosa al incipiente desarrollo regional que no dejó morir a ninguna región en el olvido. Los pocos adelantos que llegaban al pueblo en asuntos de tecnología siempre estuvieron respaldados por estos sabios maestros que entendían como ninguno los fundamentos de su funcionamiento. Ellos supieron primero que los demás habitantes cómo funcionaba la luz eléctrica, el teléfono, cómo se arreglaban los radios y cómo se reparaban los carros cuando empezaron a incomodar con sus pitos el silencio tranquilo de las aldeas de Colombia. Para completar la admiración que causaban en el medio, casi todos eran artistas y después de las jornadas de trabajo sus talleres se convertían en amables tertuliaderos donde se disfrutaba de la buena música y los buenos vinos para celebrar el éxito de una agotadora jornada de trabajo. A su muerte todos concurríamos a su sepelio porque todos llevábamos en el alma el recuerdo de un favor recibido a tiempo.