23 de marzo
Tuvo suerte el presidente Santos de que el 23 de marzo, la fecha que con fanfarria fue anunciada en septiembre para la firma del acuerdo de paz, cayera en Semana Santa (o tuvieron buen tino las partes al fijarlo así). De haber llegado la fecha en una jornada normal, el incumplimiento del plazo se habría sumado a los múltiples factores que tienen por el piso la favorabilidad del Presidente.
Personalmente, no le doy gran importancia al asunto de la fecha. Ese tipo de plazos tienen una gran utilidad independientemente de si se cumplen o no, y es que exista un parámetro temporal que incentive a las partes a trabajar con más energía en el desarrollo de los asuntos pendientes. El mismo principio funciona en la vida laboral, académica y personal.
Lo que tal vez no estuvo bien fue el exceso de pompa con el que se anunció la fecha. Este gobierno se fija demasiado en esos asuntos de apariencia y percepción, y a veces parece darles más importancia a ellos que a los verdaderamente sustanciales. El 23 de marzo se proclamó como la fecha en que llegaría la paz a Colombia.
No le doy importancia a la fecha, por una razón: aunque en ella no se haya concluido un acuerdo final, el terreno recorrido es bastante, y es significativo. Aquella frase que fue lugar común, y que el gobierno desgastó en sus insoportables esfuerzos publicitarios, es más que nunca una verdad clara: jamás en la historia de Colombia ambas partes habían llegado tan lejos en la negociación de un acuerdo de paz.
Prueba de ello son precisamente las dificultades que está viviendo el proceso, todas ellas relativas a los detalles del fin del conflicto: si estamos un poco estancados en ese punto, es porque ya llegamos a él: porque ya estamos hablando de dejar las armas y terminar la confrontación. El camino largo y difícil que había que recorrer para llegar allí ya quedó atrás.
Es apenas normal que, tras cinco décadas de conflicto, sea muy difícil acordar los particulares de cómo se va a terminar. Ambas partes están acostumbradas al conflicto, y viven dentro de su lógica práctica y cotidiana. Incluso la adaptación a lo bueno puede ser difícil. De modo que no reclamemos al gobierno por el incumplimiento de una fecha; reclamémosle, si acaso, por sus excesos de propaganda, y pidámosle un poco más de sobriedad para la próxima vez.