Visión de Águila
Los vuelos largos me producen angustia y expectativa. Angustia porque uno nunca dejará de sentir estrés pensando que no va a llegar a tiempo o que se perderá la conexión o la maleta. Igualmente, a pesar de que el piloto advierte que habrá turbulencia “que no incidirá en la seguridad”, uno sabe que no podrá evitar oscuros pensamientos cuando la aeronave empiece a moverse, más aún si toca al lado una persona más nerviosa que uno. Con todo y que las estadísticas revelan que estos temores son infundados, me he resignado a convivir “amigablemente” con ellos.
La expectativa surge obviamente de la misión que todo viaje conlleva. Ya sea de trabajo o placer, siempre hay una “ansiedad” positiva ante el evento de conocer un nuevo sitio o personas. Además, cuando se trata de negocios, emociona pensar que se está ante la posibilidad de gestar nuevas oportunidades y alternativas de acción.
En mi caso, una de las mayores expectativas surge de pensar que se estará, en esta ocasión más de cinco horas, en un avión sin ninguna distracción y con la posibilidad de poder estar “uno con uno mismo” y reflexionar sin las presiones de lo urgente. Es sin duda una gran ocasión de afinar la visión de águila que todos necesitamos cultivar. Esta visión es aquella que nos permite que las circunstancias no nos avasallen. La que nos ayuda a ponerle razón a la emoción. Aquella que nos convence que no somos el centro del mundo pero que tenemos una responsabilidad en él y con las personas que nos rodean.
Resisto la tentación de desaprovechar esta oportunidad así que las revistas y libros que adquirí para “evadir la pensadera” los dejo de lado. Aunque la pequeña pantalla que tengo al frente me invita a perderme por horas en una buena película, apago el receptor.
Ah, difícil es estar en la quietud de la mente. Qué bueno es repasar nuestro acontecer sin que lo mediático nos llene de mensajes tan dispares. Con visión de águila los trinos que nos acosan a diario pueden matizarse y evaluar en su justa proporción. Allí también descubrimos que en algunas ocasiones nosotros somos nuestros propios enemigos por nuestra intransigencia y orgullo. Al final del viaje soy premiado con un hermoso atardecer que me invita a renovar las fuerzas y volar como las águilas.