Todo tiempo pasado…
En mis tiempos era relativamente fácil divertirse y pasar un buen rato con amigos. Recuerdo que un par de piedras se volvían porterías y la calle del frente se convertía en una cancha de micro-fútbol donde pasábamos horas dándole balón. Si nos aburríamos del tema usábamos los andenes y los convertíamos en carretera y jugábamos a la vuelta a Colombia con tapas de gaseosa, las cuales taponábamos con cascaras de naranja o con cera de vela para que la “bicicleta” pudiera rodar mejor. Las tapas las reciclábamos y jugábamos “checas”, una versión de béisbol que lo único que necesitaba era tener un buen palo de escoba que hacía las funciones de bate.
Cuando decidíamos ser más “aventureros” nos íbamos a las construcciones vecinas. Por aquella época no había mucho temor al robo, no había cerramientos ni celadores. Por lo tanto había vía libre para construir nuestros propios lugares secretos. Allí compartíamos historias donde nos imaginábamos ser Robin Hood o el Zorro. Teníamos también nuestra fase osada y nos paseábamos por las construcciones jugando “barras”, que consistía en seguir al líder del grupo y replicar lo que él hiciera. Esto implicaba saltar desde segundos pisos a un arenal, hacer de equilibristas y otras cosas igual de peligrosas protegidos por la osadía e ingenuidad que da la juventud. Ya más creciditos construimos carros de balineras y nos transportábamos al mundo de la fórmula uno buscando ponerle velocidad y peligro escogiendo las cuestas más pendientes.
Había aún en las ciudades mucho “campo” y por lo tanto podíamos también hacer de exploradores. Lo máximo era ir a cazar sapos al lago y probar nuestra destreza lanzando piedras lisas por la superficie y contando cuántos “sapitos” podíamos hacer. Teníamos un compañero que tenía alma de biólogo y nos hacia probar de cuanta mata encontraba. Para esa época existían unos arbustos pequeños que producían un fruto parecido al lulo. Decidíamos terminar el día haciendo dos bandos y nos enfrascábamos en una “guerra” de lulos con lo cual llegamos a casa con las “heridas de guerra” en nuestro ropaje y preparados para un regaño cariñoso por parte de nuestras madres.
No sé si se pueda alegar que todo tiempo pasado fue el mejor. Sí quisiera que en esta época de videojuegos y X-box pudiéramos mantener el espíritu de alegría y confraternidad de aquellos tiempos.