Ética cívica y Ética cristiana
La Ética debería ser una y, por supuesto, sin adjetivos. Sin embargo, la historia de la humanidad ha concebido diferentes sistemas filosóficos y religiosos que comportan perspectivas particulares de la ética. La evolución o desarrollo de las ideas y las civilizaciones han hecho opciones que implican diferentes perspectivas y, consiguientemente, diferentes lugares desde donde se juzga y se actúa. Podría pensarse que los principios fundamentales deberían permanecer incólumes, pero ciertamente las sensibilidades cambian, al igual que la formulación de los derechos. Hay códigos, llamados ley natural, que parecieran estables, ejemplo, el respeto a la vida, no hacer a otro lo que no queremos que nos hagan, etc. No obstante, hace dos siglos la esclavitud era “ética”, lo cual hoy sería inaceptable.
En el caso de la ética cívica y la ética cristiana podríamos decir que son dos esferas autónomas que se intersectan y que deberían ser consecuentes. La vida ciudadana debe organizarse en torno a la ética cívica, es decir, la que, más allá de creencias religiosas o filosóficas, define principios esenciales para que la sociedad pueda funcionar, se pueda vivir, y se respeten los derechos consensualmente constituidos. No se necesita ser creyente, pero se necesita ser cívico para hacer parte de una organización social como el Estado.
La ética cristiana se fundamenta en principios que emanan del Evangelio; todos ellos susceptibles de traducirse en posturas éticas necesarias para la civilidad. Frecuentemente se acusa a los católicos de “vivir sin practicar”, traducido, por ejemplo, en rezar mucho, portar signos externos y, paralelamente, ser corruptos o déspotas. Evidentemente hay razón en el juicio porque lo menos que se podría esperar de quien profesa el Evangelio es una conducta transparente. De hecho, en los procesos cristianizadores de tiempos no lejanos se centraba el ‘pecado’ en asuntos íntimos, generalmente conexos con la moral sexual, la piedad, o la obediencia; olvidando temas tan esenciales como pagar impuestos, respetar lo público, cuidar los bienes comunitarios. El amor era entendido como sentimiento, pero sin efectos sociales y cívicos.
La ética cristiana tiene que desembocar necesariamente en una ética cívica que traduzca en actitudes reales las convicciones religiosas. Lo contrario, fue condenado por el mismo Jesús en sus acusaciones contra los Fariseos: “Sepulcros blanqueados, que cuelan el mosquito y se tragan el camello”.