Uribe, el destructor
No tengo memoria de haber vivido en un país tan polarizado como el actual. No recuerdo una etapa donde pensar distinto fuera causa de tantas agresiones como hoy. Y aún en épocas difíciles, como la guerra del narcotráfico de los noventa, toda la sociedad civil tenía claro que se podía disentir y que la opinión y la libertad de prensa eran pilares de la democracia.
Por eso aterra ver hoy al expresidente y senador Álvaro Uribe Vélez atacando de la forma que lo hace a los periodistas y a la opinión, y aterra aún más ver el aplauso eufórico de quienes lo siguen. Son la muestra del grado de intolerancia y descomposición al que hemos llegado como país y como sociedad.
Primero fue su ataque constante al periodista Daniel Coronell, a quien ha tildado de mafioso, aliado de narcos y cuanto descalificativo le cabe en su cabeza, por ser este periodista el que ha destapado la mayoría de cuestionamientos que recaen sobre Uribe (chuzadas a periodistas, seguimientos ilegales, beneficios de Agro Ingreso Seguro, AIS, y un largo etc.) y que lo llevaron al exilio para salvar su vida. Luego fue el periodista Yohir Akerman, a quien Uribe llamó “desteñido militante del Eln”, por recordar las cuestionamientos que sobre él pesan. Luego vino Julián Martínez, de Noticias Uno, que dejó en evidencia cómo la hacienda el Ubérrimo, propiedad del expresidente, se benefició de tres mil millones en subsidios del gobierno. Como respuesta Uribe lo llamó “periodista Profarc”. Y para terminar (por lo corto de este espacio, no porque no sean más los insultos), Uribe llamó a Daniel Samper Ospina “bandidito” y “payaso”, por hacer mofa, como es su oficio, de los múltiples cuestionamientos que sobre él pesan. Hace rato que Álvaro Uribe llevó al más bajo de los suelos la dignidad de expresidente. Jamás responde a los cuestionamientos, solo destruye a quien los hace. Uribe tiene el tono del peleador de barrio, que llama a irse a los golpes. Y lo que hace con la prensa es poner una lápida en cada periodista que señala de guerrillero o de mafioso. Porque a eso enseñó Uribe a este país: a estar de acuerdo con él o destruir a como dé lugar a quien no está de su lado.