La tarjeta de visita
Hace cien años nuestra gente era exigente en el cumplimiento de las reglas de cultura. No importaba a la clase social a la que perteneciera. Lo cierto es que todo el mundo era respetuoso de las normas de urbanidad. En los colegios no podía faltar la clase de Instrucción Cívica. Una esquela se contestaba con elegancia y simpatía. Hoy casi nadie se preocupa por responder una misiva. Si se trata de una llamada telefónica, menos.
Era tan exigente la cultura de entonces que existió por muchos años la famosa “tarjeta de visita”. Consistía en dejar una fotografía tomada en un Estudio y con dedicatoria y dejarla a los dueños de casa como testimonio de amistad y aprecio. Había unos álbumes especiales para coleccionar las fotografías que constituían la colección de los amigos de la familia.
Las personas saludaban en la calle, lo que no se puede hacer hoy día si no es ampliamente conocida porque se expone a un atraco, cosa que sucede frecuentemente en nuestra querida ciudad, la más cordial de Colombia, según dicen…
Cuando Don Víctor Mantilla, hombre virtuoso y creyente, pasaba frente a la iglesia de la Sagrada Familia, se quitaba el sombrero y rendía pleitesía al santísimo.
Me sorprendió que una ejecutiva me entregó su tarjeta de presentación con su foto incluida. Recordé los tiempos de nuestros abuelos. Sería una bonita costumbre que volviéramos por esos fueros tan añorados ahora que nadie se conoce por el vertiginoso crecimiento de la ciudad.
La afluencia de nuevos vecinos llegados no se sabe de dónde, hace que se sucedan casos como el de tener un gallo en el patio, porque los solares se acabaron. En mi caso me siento como si viviera en una finca, a las cuatro de la mañana el “angelito” despierta al vecindario. No falta sino la vaca para ordeño y un gallinero para la recolección de huevos.