Colombia amarga
Colombia es amarga. Sus gobernantes gritan que estamos a las puertas del desarrollo, periodistas bogotanos pregonan frivolidades, sus ciudades, desafiantes, muestran sus nichos de opulencia y ostentación, edificaciones, autos de alta gama y centros comerciales; los privilegiados se regodean hablando en spanglish, mientras el país real muestra verdades lacerantes que son cachetadas a dicha opulencia pues padecemos las mismas necesidades insatisfechas, abandono oficial y sed que hay en las regiones más atrasadas de África.
Mientras Julio Sánchez Cristo, fútil, arrogante, muestra una Colombia irreal, superficial, en La Guajira, la etnia Wayuu sufre escandalosos actos de injusticia e inhumanidad y atraviesa una aterradora crisis social, económica y ambiental.
Mientras Vicky Dávila, prepotente, siembra cizaña entre los grupúsculos que merodean el poder, miles de niños Wayuu mueren cada año de desnutrición severa grado III y el Estado no sabe a cabalidad cuántos ni cuándo fallecen.
Mientras Cristina Plazas, directora del ICBF, da alaridos por fruslerías, 3.000 corruptos contratistas suyos reparten en las rancherías Wayuu una bolsa de leche y un pan a la semana para cada niño, mientras estos, por miles, mueren de desnutrición y sed.
Mientras Yolanda Ruiz pregona vigilar el país, calla que en las rancherías Wayuu no hay agua y los indígenas deben caminar 5 o 10 kilómetros para obtenerla mientras la mina de carbón de El Cerrejón usa diariamente 35 millones de litros de agua del río Ranchería y para lograrlo obstruyó su cauce matando de sed a los indígenas.
Mientras Darío Arismendi nos embute a los insoportables Roy Barreras y Armando Benedetti, le da la espalda al que La Guajira haya recibido en los últimos 3 años US$ 2.100 millones por regalías y éstos se hayan evaporado en manos de gobiernos y contratistas corruptos.
Pero tranquilos, para los grandes empresarios de Bogotá y Medellín lo fundamental y prioritario es que Colombia ingrese a ese exclusivo club de potentados llamado OCDE.