La intolerancia vial
Los medios de comunicación están reseñando las agresiones de que han sido víctimas los policías de tránsito por parte de algunos conductores y haciendo la claridad de no compartir este tipo de conductas, nos parece que se llega a ellas precisamente por el repudio de las acciones represivas que éstos realizan.
Siempre hemos supuesto que su función es darle movilidad al flujo vehicular, a fin de que opere de manera ágil; sin embargo, no es lo que los vemos hacer; se les observa persiguiendo a los ciudadanos, especialmente a los motociclistas, pues ellos son una mina de oro que ayuda a resolver algunas situaciones económicas particulares.
Es muy usual tener que soportar un atasco sin que se vea por allí un agente de tránsito, para encontrarlos algunos metros más adelante parando motocicletas a las que algún requisito les falta y ese asunto se puede resolver de 20 mil o 30 mil maneras diferentes y esto es lo que genera repudio.
Además los ciudadanos estamos cansados que solo sea sancionar y no organizar, prevenir y evitar, que es la verdadera función de la policía cualquiera que ella sea.
Es tal el resultado de esa acción perseguidora que durante el año 2017, se impusieron 49.033 comparendos, de los cuales 29.901 fueron a motociclistas y 19.132 a otros conductores, que calculados sobre la base de 15 días de salario mínimo legal mensual promedio, significa que las autoridades debieron recibir más o menos 19.000 millones de pesos que seguramente están honradamente gastados en provecho del tránsito automotor.
Lo que no se ve por parte alguna son campañas educativas constantes, masivas y continuas; las que se hacen son flor de un día que a la final no terminan prestando ningún beneficio, pues no se persiste en ellas.
Si educamos masivamente, comenzando por los niños y constantemente a los adultos, podríamos algún día enderezar la situación, haciendo que las cosas empezaran a cambiar y entonces tendríamos más autoridad para repartir el garrote que ahora se aplica sin contemplaciones y que termina generando esa agresividad que estamos viendo diariamente, pero que, repetimos, no se justifica de ninguna manera.