
El Pontífice que hoy abdica. Todo el mundo católico reconoce con respeto y consideración los porqués y dejó, sobretodo, este mensaje lapidario, clamando el silencio como indispensable para la oración: “Es necesario el silencio interior y exterior para que dialoguemos con Dios. Es un aspecto difícil en una época que no favorece el recogimiento; damos la impresión de que tenemos miedo de separarnos, aunque sea por un instante, del torrente de palabras y de imágenes que nos llenan”. Recordó: “El Señor se retira solo, lejos de los discípulos y de la multitud, a un lugar apartado para orar”, y “la gran tradición patrística enseña que los misterios de Cristo están ligados al silencio y sólo en el silencio la Palabra puede acampar entre nosotros”.
“Este principio es válido para la oración personal, pero también para nuestras liturgias: para facilitar una escucha auténtica, deben ser ricas en momentos de silencio y acogida no verbal.
El silencio tiene la capacidad de abrir en la profundidad de nuestro ser un espacio interior, para que Dios habite, para que permanezca su Palabra, para que nuestro amor por El penetre la mente, el corazón y aliente toda la existencia”. Dijo: “A menudo en nuestra oración nos encontramos ante el silencio de Dios y podemos sentirnos abandonados, como si no nos escuchase ni nos respondiese. Pero este silencio, como le sucedió a Jesús, no es señal de ausencia.
El cristiano sabe que el Señor está presente y escucha, aún en la oscuridad del dolor, del rechazo y de la soledad. A nosotros con frecuencia preocupados por la eficacia operativa y por los resultados que conseguimos, la oración de Jesús nos indica que nos hace falta detenernos, vivir momentos de intimidad con Dios”.
Señores Obispos y Presbíteros: No seamos sordos. ¿No creen que en nuestros templos haya más bulla y ostentación de piedad con cánticos, gritos, campanas y pólvora, que un silencio propicio para “orar” antes que “rezar”? Escritor Ito