Los enfermos de azúcar
Sin haber erradicado las enfermedades del tercer mundo (desnutrición, etc.) hemos adquirido las del primer mundo (obesidad, diabetes, infarto, etc.) gracias a los cambios alimentarios y en especial a la comida “chatarra”.
Hay dos hechos incontrovertibles: el azúcar es dañino y el ejercicio es salud. Por el contrario, la evidencia científica es conflictiva en demostrar que las dietas bajas en grasas, preferiblemente no saturadas, sean mejores que las grasas saturadas, las cuales podrían jugar un papel protector para diabetes tipo 2 e infarto del corazón.
Está claro que durante toda la vida hemos recibido de manera permanente y masiva una propaganda eficaz para moldear nuestro comportamiento en términos de consumir bebidas azucaradas. Nadie duda del inmenso poder de manipulación ante la población y su monstruosa capacidad de cabildeo que tienen las industrias ante las autoridades de todo el mundo. Es sabido que para cambiar un hábito se requiere mucho más que campañas publicitarias. Lo que ha demostrado que desincentiva un consumo, es gravarlo con impuestos. Si un ciudadano consume algo que le hace daño y lo va a enfermar, y su tratamiento va a ser costeado por todos, como sucede en Colombia, es justo que pague más por su decisión, la cual es de su libre albedrio y se le respeta. Un impuesto a las bebidas azucaradas impacta disminuyendo lo que un sistema gasta en atender “los enfermos del azúcar”, y que se calcula en unos $700 mil millones al año, pero también se estima que recauda un poco más de un billón, lo que resulta saludable para todos. Estudios y cálculos en países como el Reino Unido y Francia, donde se han gravado las bebidas azucaradas, han estimado que un impuesto del 10% reduce el consumo entre un12% a un 17%.
La industria y los medios que se lucran de su publicidad serán fuertes contradictores a la propuesta del ministro Gaviria. Lo harán con argumentos falaces de impacto al sector productivo y a los tenderos. Es la misma historia del consumo de tabaco y la prohibición del plomo en la gasolina. Pueda ser que la propuesta de un contrapeso democrático de Gaviria triunfe sobre los intereses mezquinos de unos industriales que deberían innovar.