El dolor crónico
Es aquel que persiste por más de 12 semanas y tiene pobre respuesta a los medicamentos. Tal vez la falla se deba a una mala aproximación a sus causas y a considerarlo de similar manera al dolor agudo.
Lo que sucede con este último es que ante una lesión se produce una señal a la médula espinal y al cerebro, y la primera devuelve otra señal - orden de retiro de la fuente del daño. Para que esto suceda, el cerebro alista un complejo de estructuras tales como las redes de las emociones y la memoria con el fin de mantener la referencia de la fuente del dolor. En el dolor crónico, la señal no se apaga y las redes continúan advirtiendo sobre algo que ya no existe.
Hay entonces un desorden complejo del sistema nervioso, que cambia estructuras del cerebro, su actividad y su química. Imágenes de éste demuestran que en los que padecen dolor crónico hay en un año una disminución atípica de materia gris en el hipocampo (memoria) y en la amígdala (emociones) equivalente a la que se produce en 10 años de envejecimiento, probablemente debido a una alteración del sistema inmune. En caso de trauma o enfermedad, el sistema inmune induce al reposo, que en condiciones anómalas se asocia con ansiedad y depresión, como sucede en pacientes con dolor crónico, consecuencia de un aumento de la actividad de las células gliares, cuyas moléculas además bajan el umbral al dolor.
El tratamiento para el dolor crónico con analgésicos y antiinflamatorios, y en especial con los opiáceos, probablemente produzca más efectos indeseables (adicción, sobredosis) que beneficios. Las investigaciones están abriendo el camino para que nuevos medicamentos que disminuyan la actividad en el conjunto de células gliares den la respuesta. Por ahora, cuando estemos en presencia de un dolor crónico comandado por las redes cerebrales del dolor sicológico, las terapias cognitivas como la meditación, han podido demostrar que aumentan la materia gris, mejorando aprendizaje, memoria y emociones y disminuyendo la percepción del dolor.
Tal vez el único dolor que no tiene remedio, me enseñó el sabio Esparza, es el producido por un desprecio.
Referencia: Jessica Hamezlou, New Scientist, nov 2016