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Jaime Calderón Herrera
Lunes 17 de agosto de 2020 - 12:00 PM

Parodiando a Borges

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Relato que en algún lugar de Colombia, hombres y mujeres que profesan diversas creencias, ideologías distintas, esperanzas divergentes, “han tomado la extraña resolución de ser razonables”.

Han cultivado el odio, pero ahora, siguiendo la exhortación de Nietzsche, se han puesto de acuerdo para sentir vergüenza por ese sentimiento. Declaran su renuncia al afán de dominar, que como dijera el filósofo y poeta alemán, es el suplicio cruel, reservado para el más cruel, ante el cual el hombre se achica, se somete y se degrada por debajo de la serpiente y del puerco, hasta que brota de él, el grito del gran desprecio.

Luego de largas deliberaciones, uno de ellos propuso defender la alegría a la manera del canto de Benedetti. Defenderla como una trinchera, como un principio, como una bandera, como un destino, como una certeza, como un derecho. Defenderla de los suicidas, de los homicidas, de los miserables, de las infamias, de la melancolía de ingenuos y canallas, de las retóricas, las epidemias y las academias, defenderla de la muerte. Votaron de manera unánime. Se pusieron de pie, se miraron de frente y se dispusieron a escuchar el cuarto movimiento de la novena sinfonía de Beethoven, obviando un proceso civilizatorio de más de cuatrocientos años. Acordaron aprenderse la letra de Schiller. Acto seguido, una mujer curtida por la lucha y la clandestinidad, pidió que como cierre le permitieran leer un fragmento de un poema de Julio Flórez. Su petición fue aprobada y con voz delicada declamó: todo puede llegar: pero se advierte/que todo llega tarde: la bonanza, / después de la tragedia: la alabanza, / cuando ya está la inspiración inerte. Después de ese recordatorio, todos estuvieron de acuerdo que ya había llegado el tiempo. Tarde, pero había llegado.

Recuerdo de nuevo a Borges: “acaso lo que digo no es verdadero; ojalá sea profético”.

Mientras llega el tiempo, la estrategia de sembrar el terror con masacres en el afán de dominar, prevalece, y Uribe llama a su juez: “una corte mafiosa y secuestradora” mientras de fondo se escuchan los acordes de la obra de Horst Wessel.

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