Mercadeo agrícola
El denominado paro agrario nos ha vuelto a sentar frente a la vieja realidad del campo colombiano. Continuamos como en el siglo pasado, mal y distantes de una sociedad más equitativa, con la cual se pueda propiciar el desarrollo sostenible que el país necesita. La brecha entre el campo y la ciudad no se ha reducido y cuando se mira más allá de quienes tienen tribuna en la protesta, la situación es aún peor, pues el 80% de los asalariados en el campo carecen de los mínimos vitales de una relación laboral. Es decir, quien alquila su fuerza de trabajo en el campo no cuenta con seguridad social, o sea, no cotiza para pensión, no goza del amparo por riesgos laborales y solamente está vinculado a la salud por medio de Sisbén, de cuyo abuso y manipulación política todos conocemos.
Gran tarea pendiente tiene el Estado para devolverle al campesinado colombiano las oportunidades que por tantas generaciones le han sido negadas. El campo debe ser buen negocio, no solo para la gran explotación, sino debe serlo también para la mediana y pequeña propiedad de la tierra.
En la medida en que se pueda organizar mejor la economía campesina, estaremos generando un adecuado equilibrio en las condiciones de desarrollo del país. Si nuestros campesinos mejoran su capacidad adquisitiva, pueden ayudar a incrementar la demanda interna de bienes y servicios y, con seguridad, su calidad de vida será mejor.
Durante varias décadas del siglo anterior, sobre los hombros de la economía agraria se echaron las bases de la industria nacional, mediante el mecanismo de la tijera, que recortaba a la economía campesina, para impulsar nuestro incipiente desarrollo industrial. Es preciso devolverles ese apoyo y propiciar condiciones que hagan viable el trabajo en el campo. La enorme deuda social pasa por la falta de vías para sacar sus productos, los incentivos agrícolas, los precios de sustentación, la limitación a las importaciones, la compensación del mercadeo, donde solo ganan los excesivos intermediarios y aquí sí “llevan del bulto” los campesinos, que reciben precios irrisorios y el consumidor final.