La deforestación urbana es hoy un síntoma de atraso
Resulta pertinente reiterar que Bucaramanga -la antigua Ciudad de los Parques-, solo dispone de 2.51 metros cuadrados de espacio público verde por habitante (Área Metropolitana). Cifra inquietante si recordamos que lo mínimo recomendado por la Organización Mundial de la Salud son 10 metros cuadrados por habitante.
Son conocidos los efectos benéficos de los árboles sobre la calidad del aire. Diferentes estudios académicos señalan la importancia de la vegetación urbana. Un estudio de la Universidad de Carolina del Norte concluye: “La vegetación desempeña un papel importante en la regulación de la salud de los ecosistemas urbanos. La vegetación urbana ayuda a minimizar la contaminación atmosférica y reduce el efecto de isla de calor urbano”, (Alexander O. Sinykin, 2014). Sobre las islas de calor he escrito varias columnas recordando que en Bucaramanga se registra este fenómeno; según estudio realizado por la Universidad de Graz Austria (2000). La isla de calor es un fenómeno local que se suma al caos climático global que explica -entre otros aspectos- las altas temperaturas registradas en Bucaramanga en los últimos años. Más temperatura implica también mayor formación de contaminantes secundarios como el ozono. Y las islas de calor reducen la difusión de estos y otros contaminantes. Por lo mismo, según la OMS, un 88% de los millones de defunciones prematuras por contaminación del aire en exteriores “se producen en países de ingresos bajos y medianos”. No obstante, en los países avanzados existen mayores controles a las emisiones de contaminantes, los espacios verdes (muy superiores a los recomendados por la OMS en muchas de sus ciudades) también juegan un papel importante. La deforestación urbana es hoy un síntoma de atraso. Las razones de la OMS al recomendar estos límites son entonces de salud pública; de ahí que la protección de la vegetación urbana no solo beneficia a unos pocos sino a todos. Frente a un problema, una sociedad medianamente cuerda no busca agravarlo, sino reducirlo. Así que, frente a la existencia de un vergonzoso índice de espacio verde, habría que aumentar el espacio verde no acabar lo poco que queda. De ahí que resulta inexplicable el afán de una alcaldía -presuntamente ambientalista- de talar los arboles de la Escuela Normal. Estos árboles -además- protegen a estudiantes y profesores de las letales radiaciones ultravioleta.