Tensión en la Cámara
Los últimos acontecimientos revelan que desde hace meses la situación laboral en la Cámara de Comercio de Bucaramanga no es la mejor, en cuanto se nota un ambiente pesado, estresante y de pugnas en su interior. Como toda empresa con bastante personal, hay envidias, traiciones y secretos, así como bandos influyentes divididos desde la conformación de su junta directiva.
Cualquiera diría que eso corresponde al avatar propio de muchas instituciones, pero el detonante se produjo la semana pasada con el intempestivo despido del doctor Jorge Gabriel Mantilla, vicepresidente de registro, quien después de 24 años de incansable servicio a la entidad fue despachado por diferencias de criterios con su presidente ejecutivo. Lo sacaron sin fórmula de juicio y desconociendo los estatutos, cuando el asunto hubiera podido solucionarse de otra manera, a menos que estuvieran detrás de su cabeza. Pero además, lo sacaron con arrogancia y arbitrariedad.
Fue tal la arbitrariedad de su despido que incluso el jueves, cuando aún no había sido notificado oficialmente, se le impidió el ingreso a su oficina por parte del vigilante de la institución, en actitud sencillamente infame. Muchos años de experiencia apabullados y despreciados. Y si eso fue con un vicepresidente, imaginen ustedes el despotismo ante un empleado común. Dicen por ahí que “así paga el diablo a quien bien le sirve”.
El clima laboral es hostil. Cuentan que en esa institución imperan la dictadura de unos pocos y la falta de comunicación entre sus directivos internos. La gente trabaja con temor, está tensa, pero al final es sumisa frente al poder de los soberanos. ¡Así no es!
Mientras tanto las arcas se llenan; y mientras tanto los santandereanos seguimos esperando el pronunciamiento de los expertos de la Cámara acerca del famoso megaproyecto del “Santísimo” de la
Gobernación. Seguramente están de acuerdo con semejante obra y también de plácemes con la casa “Aguilar”, arrodillados, mientras en el departamento cualquier lluvia inunda de pobreza la región.
La cosa no pinta bien: la soberbia no es buena consejera y el silencio parece cómplice.