El mensajero lento
Hermes es el dios griego encargado de los mensajes; el Mercurio en la mitología romana; un ser dotado con poderes de velocidad y diligencia. Y Hermes, por aquello de lo paradójico de la vida, es también el nombre de un hombrecito que hemos visto deambular por años alrededor de nuestras casas en busca de algún trabajo liviano para cumplir con esmero, que pudiera significarle alimento y tal vez algunos pesos para resolver otro tipo de necesidades básicas, distantes, con seguridad, de jabón e insumos de aseo, porque si bien el hombre dejaba siempre el trabajo bien terminado, dejaba también como recuerdo un hedor inmortal, y nunca fue posible convencerlo de sacarse el berrinche: ni con oferta de jabón fragante y delicado, o de un plato de comida especial para después del baño.
Caminaba muy lentamente; por eso lo paradójico de su nombre, Hermes, a quien con su lentitud se veía con frecuencia por los caminos del entorno, viviendo de la misericordia de sus vecinos: uno que le permitió un techo, otra que gestionó su afiliación al Sisbén, aquellos que le ofrecieron un plato de comida, estos que lo hallaron en su lecho en estado crítico de desnutrición, lo asearon y lo llevaron al hospital de Lebrija para salvarle la vida.
“Solo está desnutrido; pueden llevárselo”, dijo Cristina, la médica de turno que se resistió por todos los medios a ingresarlo al hospital; porque, según ella, no existe obligación ni ley alguna, chica ni grande, que la obliguen -por decencia, ética profesional, voluntad o misericordia- a tener que atender a un indigente, campesino, ignorante.
Hoy está intercediendo por Hermes el alcalde de Lebrija, que prometió rigor con quienes se nieguen a prestar el servicio que les corresponde, porque hasta ayer no habían querido siquiera practicarle los exámenes de rigor para esta clase de procedimientos. Lo internaron de mala gana, ante la advertencia de los vecinos y el apoyo del alcalde, y porque deben saber lo que les espera si sacan a la calle a un ser humano en estas condiciones, y fallece sin atención médica.
Servir es vocación, y también obligación.