Monumento y ramplonería
Uno de los más destacados periodistas de arte, William Gompertz, dijo alguna vez que en el arte lo que importa es el pensamiento original, aunado desde luego a la autenticidad y además a la escasez, refiriéndose con esto último al valor que damos en nuestra sociedad a lo que no abunda, lo que solo pocos tienen o pueden tener.
Tres cosas: originalidad, autenticidad y escasez, hacen que una creación valga, que un lienzo rojo de Rothko se avalúe en millones de dólares y uno hecho por cualquiera sea basura.
Lo dijo de la pintura, de la plástica, pero se extiende a todo lo que pretende ser admirado desde una perspectiva estética: literatura, un monumento urbano, una telenovela o un vallenato.
El Redentor del Corcovado, una mole construida en 1921 que representa a Jesús en estilo Art Deco, fue indudablemente original, máxime en un entorno geográfico abrumador como el de Río de Janeiro. El Santísimo recién expuesto en Bucaramanga un siglo después del Redentor, es un trasnochado adefesio, carente de originalidad que difícilmente podrá despertar algún interés artístico o turístico más allá de la novelería camandulera de las barriadas circundantes. De él se evidencia que el concurso –si es que lo hubo- no buscaba un hito urbano de valor artístico, ni siquiera pretendía atraer, solo quizás parecerse ramplonamente a algo. Así ocurre con todo lo que está en decadencia. ¿El arte local lo está? ¿La arquitectura y el urbanismo? La política definitivamente tocó fondo, con la plata de todos.
El vallenato, por ejemplo, dejó de ser original y escaso, ya no cuenta historias auténticas, solo repite sonsonetes de una misma melodía, aburridos y cursis que son apenas una barata sombra (en ingenio y creatividad) del juglar originario. Año a año se repite la fórmula, se desgasta como un chiste muchas veces contado. Ni original ni auténtico, y encima de todo excesivo.
En el mundo entero se hacen concursos de todo: la barba más larga, la pizza más grande, el perro más feo. Nosotros tenemos el mismo, repetido cientos o miles de veces: el reinado de belleza, ¿no bastaba uno?
La televisión refleja esa ordinariez estética con su insoportable repetición de capos de la mafia, series que retratan un pasado que hoy, en la realidad, se repite abundantemente y sin originalidad alguna.