Que mande la verdad
Por muchas razones, entre las que se destaca la necesidad inaplazable de reconocernos como sociedad, con cicatrices y heridas, este año debería ser el de “la verdad”, como vivencia, como principio de acción íntima y política. En cambio, lo que muestra la cotidianidad y la historia reciente, es que las redes sociales (que son la plaza pública actual), la política y la prédica urbana se apartan desfachatadamente de la veracidad. El embuste siempre ha sido recurso de los débiles, lo que es nuevo es que esta desviación ahora sea consentida, incluso cultivada como habilidad deseable. Aquí es donde la prensa debe fidelidad a sí misma (a la razón de ser del oficio) para ubicarse por encima del barullo confundido y permitir que al fin y al cabo, el que quiera pueda poner los pies en la tierra, elegir la realidad.
En un texto de Inazo Nitobe, en el que se describe el Bushido o código moral de la caballería feudal de Japón (que terminaría en la segunda mitad del siglo XIX), se describe la mentira como una debilidad que deshonra. De los samuráis (guerreros de la más alta escala social feudal japonesa) se predicaba tanta veracidad como superioridad frente a los otros (los comerciantes y los campesinos), pues en ello también se fundaba su honor. Un samurái, un caballero feudal japonés, podía incluso entretenerse con la labranza pero jamás caer en el despreciable comercio. Del feudalismo -si cabe algo para destacar de una estructura tan desigual- se puede resaltar esa separación entre la acumulación de riqueza y el poder; éste era para los caballeros (que jugaban la carta de la virtud guerrera) o para los nobles en occidente (con el as de la tierra y la sangre bajo la manga). La legitimación de la acumulación de riqueza entre los gobernantes abre la puerta a la mentira en las esferas del poder.
Feudales pareciera que tristemente seguimos siendo de este lado del mundo, pero al menos deberíamos escoger que sea una virtud la que haga una diferencia con el rebaño, sino estaremos siendo siempre los idiotas útiles del mal haber de riqueza de los políticos. Hacer prevalecer la verdad es un buen comienzo; el que falta a la verdad no puede ser representante social. La prensa debe ocuparse de perseguir las falsas prédicas y quitarles titulares.