#GraciasProfe
Hace poco la Revista Semana publicó, tan solo una semana después de la fecha en que se conmemora el día del maestro, un artículo en el que muestra la manera como, cada vez de manera más frecuente, los docentes son víctimas de matoneo por parte de sus alumnos.
Esas cosas pasan y creo que deberían ser objeto de un debate profundo. A mí, un padre de familia que quería que su hija, que no había asistido a más de la tercera parte de las clases del semestre, me amenazó, luego de mi negativa rotunda, con que la próxima vez que tuviera que venir a mi oficina lo haría con un revólver.
Para mí, estos casos derivan de la combinación perversa entre una percepción que hizo carrera en el sentido de que “yo estoy pagando por un diploma y por tanto debo aprobar todas las materias” aún sin demostrar cumplir las competencias requeridas (es decir la exacerbación de otra falsa premisa que ha hecho también carrera: “el cliente siempre tiene la razón”); una preocupante deslegitimación de las figuras de autoridad y la falsa creencia de que toda autoridad es irrespetuosa (también una estudiante me dijo hace un año en clase “es que usted no nos puede obligar a nada”, cuando les dije que debían asistir a una charla con un premio Nóbel); y en tercer lugar, de un entorno social que cada vez más privilegia la trampa en desmedro del respeto a las normas.
Esas tres creencias son equivocadas. Los padres no están pagando por un diploma, sino por formación disciplinar de calidad, que no necesariamente es lo mismo.
Segundo, el profesor y la universidad obligan y deben hacerlo, pero siempre de manera justificada. La clase empieza a las 7, el plan de estudios es uno definido por el Programa, la evaluación es la que el reglamento establezca. Y tercero, las normas establecidas por los claustros educativos son importantes para ordenar y hacer más eficiente el ejercicio formativo.
Recuperar la figura del maestro como guía que merece respeto y admiración es fundamental.