Gracias a la vida
No son estas letras un epitafio adelantado para agradecer a Dios por mi existencia. Solo busco dar gracias a las diversas maravillas que he recibido en estos, mis primeros 70 años de existencia.
Honrar el haber nacido donde nací, haber crecido como crecí y haber tenido la sabiduría para, estando rodeado de tanta gente –unos buenos y otros no- saber decirles “Sí” cuando es sí, y “No” cuando hay que decir no.
Por la generosidad de las neuronas que el gran maestro me puso para ver la realidad del mundo, escuchar al prójimo, hablar y consolar al necesitado y sentir el dolor de la indiferencia; para que mi corazón no sea frívolo ante la injusticia, para amar sin egoísmo a mis congéneres, quienes sin haber podido decidir sobre su devenir de credos, género o condición socioeconómica, hacen parte de mi desigual y en ocasiones triste entorno. A mantener, a pesar de los años, la sensibilidad del llanto cuando veo la miseria, la injusticia humana, la destrucción del mundo por el hombre. Por la risa que extrovierte mi alegría, la paz y la felicidad con la que vivo. Por haber sembrado en mi corazón, desde muy joven, la certeza de un ser superior que no juzga ni intimida, sino que acompaña e inspira para alcanzar metas en ocasiones impensables.
Porque, a pesar de mis debilidades, me ha ayudado a llegar más allá de mis capacidades para perseverar, con tenacidad y junto a muchos, la construcción de proyectos de bienestar y desarrollo; a trabajar con amor médico como instrumento sin igual para servir al prójimo; a compartir con sencillez la verdadera amistad; a valorar la familia: esposa, hijos, nietos y amigos como el más valioso tesoro que puede tener un ser humano. A querer los animales, a respetar la naturaleza, a cumplir con mis deberes y hacer respetar mis derechos. He vivido con la pasión de quien se sabe un mortal.
Señor, le pido la sabiduría para seguir obrando con justicia y defendiendo la verdad sin precio alguno; para seguir socialmente ayudando a construir futuros y en este trasegar, hacer que otros brillen con luz propia; que sean mejores cada día, que aspiren superar a sus mentores y a mantenerse unidos como familia y que nunca saquen a Dios de su conciencia.