La próxima gran cruzada
Por primera vez en 50 años, la paz con las Farc es una posibilidad real. En cinco décadas, jamás se había estado tan cerca de firmar la desmovilización y entrega de armas de esa agrupación, que tanto daño le ha causado al país. Ahora, o dentro de seis meses para ser más precisos, hay probabilidades muy altas de que esa meta que alcanzó a parecer utópica, por fin se logre. Y si se logra, ya es hora de que la nación entera fije el rumbo sobre a cuál debe ser su próximo logro.
Sí. Son tantos los retos, tan hondos los problemas y tan grandes las dificultades que aún enfrenta esta sociedad aparte de la violencia guerrillera, que no puede permitirse desperdiciar tiempo en definir cuál es el siguiente desafío por afrontar.
Y ese gran desafío por afrontar, es la corrupción.
Es que mientras no se combata ese fenómeno con todas las fuerzas que tenga esta sociedad, desde la rama judicial hasta la ciudadanía misma mediante la denuncia y la condena social a los corruptos, no solo la pobreza y el subdesarrollo marcarán al país para siempre, sino que el futuro mismo de la paz será enclenque.
La verdad es que una nación donde las desigualdades son cada vez más pronunciadas en gran medida por el dinero fácil obtenido mediante el asalto de los presupuestos públicos a la vista de todos y con impunidad absoluta, es una invitación permanente para la reproducción de la violencia.
La ecuación es bien sencilla. Es tan grande la cantidad de recursos que terminan en los bolsillos de una casta politiquera insaciable e impune, que la directa perjudicada es la inversión social de la cual es responsable el Estado. Esa que debería asegurarse de que la totalidad de los colombianos tengan sus necesidades básicas satisfechas.
Sin embargo, hay que insistir, la corrupción no lo permite. De hecho, al no permitir que el país goce de una infraestructura mínima para desarrollarse, como por ejemplo unas vías medianamente aceptables, el sector privado tanto en su rama comercial como industrial jamás podrá alcanzar todo su potencial de producción y competitividad, que suelen traducirse en la generación de empleo formal y digno.
En síntesis, el presupuesto nacional, ese que con tanto esfuerzo alimentan los contribuyentes pero que año tras año es el festín de los gobernantes y contratistas inescrupulosos, es el que debe ser defendido a toda costa en el futuro inmediato si el país no quiere ser testigo de cómo a pesar de que eventualmente se firme la paz, todo siga prácticamente igual.