Un impuesto lleno de peros
Para que las cosas marchen debidamente en un país, la administración pública debe ser sensata, atinada y sus decisiones deben estar gobernadas por el sentido común. De la esencia del buen gobernante es el ser accesible a los reclamos de los gobernados, no ser prepotente, ni distante a las voces que estos elevan y menos aún, el creer que quien administra siempre tiene la razón, que el ciudadano debe obedecer, menos cuando lo dispuesto por quien representa al Estado está lleno de errores e inconsistencias.
En Colombia hay más de 10 millones de personas que son propietarias de automotores y que en virtud de ello deben pagar anualmente el impuesto de rodamiento. El gobernante, en este caso el Ministerio de Transporte, fija unas tablas que determinan los valores de los autos usados para establecer cuánto es el monto de dicho impuesto. Para valorar el parque automotor del país, el Estado debe partir de la premisa de que ellos no son un bien patrimonial, sino un bien de consumo y, de contera, de alta depreciación. Con base en ello, elaborará dicha tabla que señala el valor que por tal impuesto debe pagar el propietario de cada vehículo.
En el caso materia de comentario editorial, las tablas elaboradas por un contratista (que deja mucho qué desear) para que el Ministerio de Transporte ordene cobrar el impuesto de rodamiento, contienen un largo listado de improvisaciones, falta de coherencia, certeza y buen sentido.
¿Ejemplos? Haciendo una lista incompleta de tales máculas, las tablas son incompletas, hay muchas fallas y errores en los valores fijados, aumentos desmedidos en el precio de los automotores, incomprensibles clasificaciones de autos, falta de sentido común, inconsistencias, errores en los cálculos, contienen un sistema inaplicable. En síntesis, son antitécnicas, ponen en evidencia desorden y desconocimiento de lo que es la valoración de vehículos.
Fuera de lo anterior, han aflorado posiciones de la ministra de Transporte que desde hace tiempo diversos sectores de la opinión venían advirtiendo y resaltando, que no son propias de un buen administrador de la cosa pública. Ella, el viceministro Nates y otros funcionarios del ministerio, han sido arrogantes y fríos ante los reclamos de los gobernados, prepotentes, en suma, todo lo contrario a lo que deben ser aquellos que encarnan un gobierno democrático.